El 9 de julio de 1816 se completó el proceso que los patriotas de Mayo habían emprendido seis años antes. La dirección política que tomarían las Provincias Unidas, sin embargo, todavía estaba sujeta a discusión y a un estado de guerra interna que llevó varias décadas y mucha sangre más.
jueves 7 de julio de 2016 | 3:51 PM |Por Felipe Pigna. Como iniciadores del movimiento revolucionario, los porteños buscaron el apoyo de las provincias interiores. Pero el hecho de haber integrado un mismo virreinato no significaba para las provincias la aceptación del liderazgo de Buenos Aires ni la adopción de sus políticas. Córdoba, por ejemplo, había estado mucho más ligada, por su comercio y sus relaciones culturales, al Alto Perú y a Cuyo que a Buenos Aires. Cuyo se sentía más cerca de Santiago de Chile que de la ex capital virreinal, con la que mantenía, a pesar de todo, un activo comercio. Las provincias del Norte estaban, desde todo punto de vista, estrechamente vinculadas al Alto Perú. Buenos Aires quiso tomar en sus manos la dirección revolucionaria y aunque las provincias al comienzo adhirieron a la nueva situación, nunca renunciaron a su autonomía y no se mostraban dispuestas a acatar los dictados de la clase dirigente porteña. Las necesidades de la guerra hacían necesaria una conducción unificada para coordinar todos los recursos económicos y humanos. Esta responsabilidad recayó sobre Buenos Aires, pero no desapareció la aspiración de cada región de gobernarse por sí misma. Los terratenientes del Litoral y Buenos Aires, imbatibles en su carácter de “partidarios de sí mismos”, como dirá Belgrano, parecían conformarse con las ganancias obtenidas de la exportación de cueros, sebo y tasajo y, fuera de la instalación de los rudimentarios saladeros, no destinaron ni un centavo de sus enormes ganancias a transformar la abundante materia prima en productos elaborados. Si así hubiera sucedido, se habría producido un ahorro importante de divisas para el país y se habrían generado más puestos de trabajo y una mayor autonomía frente al capital inglés, que seguía manejando a su antojo el circuito comercial. A esos sectores, por otra parte, no les importaba mucho la calidad de vida de los sectores populares: tratarían siempre de pagar los salarios más bajos posibles para abaratar los costos de su mercadería. Total, los gauchos no eran sus clientes. Sus compradores estaban del otro lado del Atlántico. Esto hizo imposible que se creara un mercado interno significativo, mantuvo en niveles muy bajos los salarios y limitó notablemente el aumento de la población. Era todo lo contrario de lo que proponían, desde la propia Buenos Aires, patriotas como Belgrano. Es importante destacar esto, porque no es cierto, como muchas veces se nos quiere hacer creer, que el “modelo” impuesto en esos años era el único posible o incluso imaginable en esa época.
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