Para 1946, John Cooke era una promesa en el peronismo. Tuvo una activa participación en el Congreso enfrentando a los sectores más poderosos.
lunes 3 de septiembre de 2018 | 3:18 PM |
Por Roberto Baschetti. John William Cooke nació en La Plata el 14 de noviembre de 1919. El “Bebe” Cooke, que recibe ese apodo por la tersura de su piel, estudia Derecho y se recibe de abogado en 1943. Tres años más tarde, con tan sólo 26 años de edad, es diputado nacional por el peronismo para el período 1946-1951.
Comienza a transitar un brillante camino como intelectual y político. En el ámbito del Congreso nacional es elegido presidente de la Comisión de Asuntos Constitucionales de la Cámara de Diputados y presidente de la Comisión Redactora del Código Aeronáutico, así como también de la Comisión de Protección de los Derechos Intelectuales.
Hombre íntegro y de principios, Cooke no entiende la “lealtad a Perón” como servilismo o como un mecanismo automático de levantar la mano en su bancada, aprobando leyes cada vez que se lo requieran. Más de una vez enfrenta a la cúpula partidaria, si esta colisiona con sus convicciones. Se muestra, entonces, como un nacionalista consecuente y no como un peronista obsecuente. Una diferencia que no es sólo semántica.
El 30 de agosto de 1946, junto con otros seis parlamentarios peronistas, Cooke vota contra la ratificación del Tratado de Chapultepec, propiciado por los EE.UU. Argumentó su postura con un vibrante discurso donde indicaba que la soberanía nacional no podía ser solamente garantizada por actas internacionales que no eran otra cosa que una real amenaza para nuestra soberanía argentina; una soberanía que sólo podía y debía ser defendida por nuestro presidente y por el ministro de Relaciones Exteriores, a través de medidas prácticas y probadas relaciones de solidaridad con otros movimientos de liberación. Entendía que más que sistemas normativos, los países latinoamericanos debían fortalecerse en un desarrollo de mutuo respeto, donde no debía primar coercitivamente la cuestión económica que blandía como un ordenador natural el naciente amo del norte. Su discurso de fundamentación de la negativa en la Cámara de Diputados fue una de las páginas más brillantes de tenor antiimperialista dichas en el parlamento argentino a lo largo de toda su historia.
Si ya aquella instancia le valió reparos y rechazos por parte del imperio, otra intervención suya dentro del bloque peronista sumó en su contra odios y resentimientos. Fue cuando dio a conocer un discurso implacable a favor de la expropiación del diario La Prensa, vocero de la oligarquía vernácula. Explicó y diferenció la imprescindible libertad de prensa del interés patronal de los empresarios del sector para imponer sus intereses de clase. El diario de los Gainza Paz fue expropiado y entregado para su edición a la Confederación General del Trabajo (CGT) y al Sindicato de Vendedores de Diarios, el 12 de abril de 1951.
CONTRA EL IMPERIO
Tampoco debe quedar en el olvido la sesión del 29 de agosto de 1946, cuando en la Cámara se debatió un proyecto de ley para la efectiva represión de actos monopólicos. Cooke expresa y deja a la vista la diferencia fundamental que existe entre los países imperialistas y los países coloniales: “La carencia de conciencia económica reconoce generalmente como causa originaria la carencia de una economía propia o la posesión de una economía dirigida desde afuera, a la que se une, como ya he dicho, la existencia en el país dominado económicamente de un vasallaje mental que llega hasta aceptar como propios y beneficiosos los mismos principios económicos que nos subyugan y oprimen y que en realidad sólo benefician al imperialismo dominante (…) La economía no ha sido nunca libre: o se la dirige y controla por el Estado en beneficio del pueblo o la manejan los monopolios en perjuicio de la Nación”.
También tomó trascendencia pública su palabra cuando, en el ámbito legislativo y con claridad meridiana, debate, frente a una oposición cerrada al diálogo (y clarifica a su propia bancada), por qué hay que otorgarle al presidente de la República la licencia que el primer mandatario ha solicitado para volcarse así de lleno a la campaña por su reelección presidencial. Explica el imprescindible rol que cumple el líder del pueblo argentino en defensa de los intereses nacionales y populares.
Dirá Cooke el 11 de octubre de 1951: “Nosotros necesitamos asegurar la reelección del presidente de la República. Cualquier revolución puede triunfar en el primer momento, porque la propia fuerza de la dinámica revolucionaria puede llevarla a conquistar las posiciones de gobierno; pero es difícil a toda revolución triunfar en el segundo momento. Esto le pasó al radicalismo, que después de haber conquistado el poder en 1916 no pudo cambiar el armazón y el engranaje económico y la oligarquía se refugió en sus reductos, que fueron verdaderas fortalezas del privilegio, y de los cuales no pudo ser desalojada. Y este es entonces el valor de nuestra revolución. Porque hemos destrozado todo un dispositivo económico que estaba apuntado a los centros vitales de la soberanía nacional, para transformarlo en un mecanismo eficaz que defiende nuestra vida social y política y preserva nuestra soberanía en lo económico (…) Frente a los cien años en los que existió el mito de nuestra incapacidad como navegantes, el presidente Perón creó la Flota Mercante; frente a nuestra eterna condena a ser un pueblo pastoril, el presidente Perón movilizó las fuerzas potenciales de nuestra riqueza y de nuestra industria; frente a un pueblo sumido en el infraconsumo, el presidente Perón le dio primero categoría ciudadana, permitiéndole la expresión de la libre voluntad, transformando a las masas proletarias en actores del drama argentino y luego le devolvió en salarios reales lo que antes constituía una plusvalía que iba a enriquecer los dividendos de las compañías capitalistas; frente a la supuesta incapacidad nacional para administrar los servicios públicos, el presidente de la República incorporó los teléfonos, el gas y los ferrocarriles al patrimonio nacional; frente al mito del manejo de las finanzas por los expertos extranjeros de los bancos de Estados Unidos o Inglaterra, nuestro presidente transformó el Banco Central de la oligarquía en un instrumento pujante de nuestra propia política económica. Además, al nacionalizar el crédito y los depósitos bancarios y luego al llevar a cabo su Plan Quinquenal, movilizó todo el potencial de la riqueza argentina e impidió que nuestro patrimonio fuese como un río que atravesase fugazmente nuestro territorio, para irse a sumir en el océano de la riqueza imperialista”.
La vigencia actual de su alegato en cada una de estas afirmaciones me releva de todo comentario al respecto. Sesenta y siete años más tarde, aquellos problemas solucionados por un gobierno al servicio del pueblo vuelven a estar potenciados y ser trágicamente actuales. El enemigo es el mismo. Las soluciones para revertir este presente de entrega, pobreza y marginación social también están al alcance de nuestras manos. Solamente hace falta tener lo que hay que tener.