Desde 1890, Estados Unidos intenta imponer el billete verde en la región. Y si bien todo el arco político coincide en que no es bueno para nuestro país, ninguno parece haber encontrado la forma de revalorizar al peso.
lunes 29 de octubre de 2018 | 1:43 PM |Por Fernando Amato. El dólar en su valor adquisitivo está sobrevalorado, no es el número escrito en el billete. Esto se comprueba con una ley de Estados Unidos que dice que al que va al banco le dan el oro correspondiente al billete que entrega. Si no venden oro, debe ir al mercado libre donde la onza es más cara, pero los americanos fijan el valor del oro por el dólar y no del dólar por el oro”, explicaba el general Juan Domingo Perón, ante Octavio Getino y Pino Solanas, en el documental Perón. La revolución justicialista, filmado en Madrid en 1971.
De acuerdo con datos registrados por el Fondo Monetario Internacional, la Argentina es el país con mayor cantidad de dólares per cápita del mundo, fuera de Estados Unidos. Podríamos decir que todo el arco político coincide en los problemas que trae aparejada la subordinación del peso al dólar. Sobre todo, cuando no somos los propietarios de la maquinita de imprimir billetes verdes. Pero las ideologías difieren claramente en cómo resolver este problema. El liberalismo ama al mercado, la izquierda propone pensarlo en su relación con el salario, radicales y peronistas apuestan a un capitalismo que pueda contener las desigualdades a través de la justicia social.
“Para los argentinos el dólar es un refugio, como los ladrillos y las propiedades. Y hay otro grupo que lo tiene como un mecanismo de especulación”, explica José Ignacio de Mendiguren, diputado del Frente Renovador. Para Daniel Lipovetzky, diputado del PRO, “esa lógica hay que cambiarla y la única manera de hacerlo es ejecutando políticas de desarrollo de largo plazo. Cuando la gente se convenza de que hay maneras de proteger sus ahorros que no sea apostando al dólar, será porque existen políticas que trasciendan a una gestión”. Suponemos que el legislador oficialista no estará pensando en las tasas de interés superiores al setenta por ciento para que nos olvidemos del dólar. “Para hablar del dólar yo me paro del lado de los trabajadores y trabajadoras. Que el peso pierda valor pero manteniendo su poder de compra es una cosa, pero lo que ocurre es que siempre después de cada crisis económica, que en la Argentina suelen ser cíclicas, el peso pierde valor y el salario va perdiendo poder de compra. La única manera de volver a confiar en el peso es frenar la enorme sangría de dinero al exterior producto del pago de la deuda, sus intereses y la bicicleta financiera”, exclama la legisladora porteña del Frente de Izquierda y de los Trabajadores, Myriam Bregman.
DÉCADA EMPATADA
Agustín Rossi, jefe de la bancada de diputados del FPV-PJ, trata de justificar qué aconteció durante la década ganada: “Intentamos varios mecanismos para que los argentinos se sintieran más seguros con la moneda nacional, pero los permanentes mecanismos de devaluación hacen que los pocos que tienen capacidad de ahorro apuesten al juego del tipo de cambio. Nosotros tuvimos un éxito parcial. En el caso de compra-venta de inmuebles se logró que todas las unidades nuevas estuvieran pesificadas, pero no lo logramos con las usadas”. Pensando en 2019 y como precandidato presidencial, Rossi sostiene: “Yo no me imagino un futuro gobierno de nuestro signo político sin una regulación del mercado de cambio. Que cualquiera pueda comprar la cantidad de dólares que quiera sin justificarlo no es el camino en un país con faltante de dólares”. Parecería que la famosa salida del cepo no fue tan exitosa como algunos medios se apresuraron en anunciar si se tiene en cuenta la escandalosa fuga de capitales que estamos sufriendo en estos tiempos. Bregman retruca: “Discursivamente todos, o gran parte de los gobiernos, criticaron al dólar, pero después la clase política daba el ejemplo contrario teniendo sus ahorros en dólares. El ejemplo más claro es el de Néstor Kirchner en Santa Cruz, cuando sacó hacia el exterior los fondos de la provincia”. Podemos agregar que la mayoría del actual gabinete, incluido el Presidente, tienen sus fortunas personales en dólares y en el exterior. Algo similar sucede cuando los dirigentes políticos van a clínicas o mandan a sus hijos a escuelas privadas.
Desde el radicalismo opositor al neoliberalismo, Ricardo Alfonsín sostiene que “muchas veces las recetas orientadas a lograr una estabilidad monetaria son recetas de ajuste”. Y pensando en el futuro concluye: “Si somos capaces de hacer que la economía real funcione, que crezca de manera sostenida por un buen período y distribuya de manera razonable para sostener el mercado interno, van a ver cómo se estabiliza la moneda y con el tiempo desaparece el rasgo cultural de resguardarse en el dólar”.
Pero el presente continúa siendo agorero. Lipovetzky intenta explicarlo así: “Hay tres aristas por las que aún no logramos la estabilidad monetaria: por un lado, la situación económica que recibimos, con un cepo cambiario en los últimos años y un Banco Central sin reservas; la segunda, un conjunto de factores internacionales que conspiraron contra esto, como el alza en la tasa de interés, la suba del precio del petróleo y la guerra comercial entre Estados Unidos y China, y la tercera, cuestiones internas, algunas naturales, como la sequía que nos hizo perder casi diez mil millones de dólares de exportaciones, y otras de errores propios vinculados con que cuando tuvimos un tipo de cambio bajo han sufrido mucho las economía regionales y las pymes, y eso nos ha llevado a tener el año pasado un déficit comercial récord”. Resulta llamativo que desde el oficialismo no se haga la más mínima autocrítica a la política económica y monetaria. Incluso Lipovetzky señala como uno de los grandes problemas al déficit fiscal: “En muy pocas épocas tuvimos superávit fiscal”, omitiendo que uno de esos pocos momentos fue durante el gobierno de Néstor Kirchner.
Para De Mendiguren, “los retrasos cambiarios siempre terminan de dos formas: mal o peor. Pero ese retraso a la política le sirve en el corto plazo porque da la sensación de estabilidad, de que todos viajamos al exterior, de que todos somos millonarios en dólares. Esto genera un buen contexto para ganar elecciones. Así pasó con la reelección de Menem, por ejemplo. Pero la estabilidad es un volcán, sabés que esa etapa de aparente calma y bonanza tiene el mismo final: una crisis”.
A pesar de los varios intentos de dolarización de nuestra economía, esa política aún no ha logrado consenso. El primer intento fue hace 129 años en la Conferencia Panamericana de Washington, que se topó con la negativa de los representantes de la Argentina, Chile y Bolivia. Sin embargo, solapadamente, el gobierno de Donald Trump sigue intentando dolarizar la región.
Un ministro de la dictadura sentenció que “el que apuesta el dólar pierde”, semanas antes de dilapidar el valor del peso. Una ex presidenta y algunos de sus ministros pesificaron sus ahorros y perdieron cifras considerables. Parece que la política jamás estuvo a la altura de semejante dilema.
Investigación: Damián Fresolone