Para Marta Dillon, la lucha por el aborto legal, seguro y gratuito en el país tiene más de una década pero es hoy cuando, al calor de la sororidad organizada, llegó por fin al Congreso y quedó instalada para siempre en la agenda política, social y cultural de la Argentina.
lunes 30 de julio de 2018 | 12:07 PM |Por Marta Dillon. El sol de otoño, recién salido, se derramó entre los edificios que rodean la Plaza del Congreso el 14 de junio de 2018 y apenas pudo competir con el fulgor de las sonrisas, el cristal de las lágrimas emocionadas, el calor que se daban cientos de miles festejando. Hubo fuegos artificiales en el cielo celeste aunque no se viera más brillo que el de la brillantina verde viajando de abrazo en abrazo por pieles y ropa; era necesario el estruendo, despegarse del piso en esas cañitas voladoras porque eran muchos años de lucha sostenida los que florecían en esa mañana: 34 desde que María Elena Oddone pisara las escalinatas del mismo Congreso con su provocativo cartel “No a la maternidad, sí al placer”; 15 desde que los pañuelos verdes empezaran a identificarse con el aborto legal en los Encuentros Nacionales de Mujeres; 13 desde que la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto Legal, Seguro y Gratuito empezara a articular militantes feministas de todas las provincias para empujar esto que en el otoño de 2018 adquiría bordes concretos. La media sanción para la ley de aborto legal, seguro y gratuito se había conseguido, empujada por la fuerza de la movilización feminista que nadie quería que terminara porque un millón de cuerpos en lucha durante 24 horas habían hecho del asfalto y el frío a cielo abierto una casa abrigada con el fuego del deseo. Ese día fue una promesa, sí –la que tiene que cumplirse este mes, cuando el debate se instale en el Senado–, pero también un punto de inflexión, un punto verde en el calendario de este año y de los años por venir: fue el día en el que el feminismo le torció el brazo a la política de palacio y desbarató el mapa de alianzas a fuerza de ocupación transversal y festiva de la calle.
EL MUNDO ES UN PAÑUELO
En este 2018 que será recordado también por las corridas cambiarias, el feminismo le expropió al dólar su color; el verde ya no es sólo especulación financiera, el verde ahora es aborto legal, y esas dos palabras se dicen con orgullo, con certeza de estar demandando por un derecho, con la seguridad de que a la clandestinidad y a la vergüenza, pase lo que pase en el Senado, no se vuelve nunca más. Porque ya no será una odisea periodística –como lo ha sido–, ni un hito mediático, que personas reconocidas por la labor pública que sea pongan el cuerpo para decir “Yo aborté”, como hicieron las “343” del manifiesto que Simone de Beauvoir redactó en 1971 para hablar de las mujeres como esclavas al no poder decidir sobre sus cuerpos. De aborto ahora se habla en voz alta y aborto se dice en primera persona, ese cambio de subjetividad que jerarquiza otra vez las voces de las mujeres –y de todas las personas con capacidad de gestar–, como sucedió en 2015 con la salida masiva a la calle del movimiento Ni Una Menos para emanciparse de la violencia machista, es irreversible y desbarata un orden social anquilosado: ni esclavas ni ciudadanas de segunda, nuestras voces, nuestros cuerpos, nuestras vidas cuentan. Actrices, abogadas, estudiantes, locutoras, periodistas, escritoras, villeras, religiosas, arquitectas, músicas, bailarinas, estudiantes secundarias; oficios, profesiones, identidad territorial y de clase se convirtieron en lugares privilegiados de enunciación para reclamar por el aborto legal, para decir que abortamos, que a la clandestinidad no volvemos nunca más y que seguir persiguiendo penalmente estas decisiones es violencia. Como dijo la abogada Nelly Minyersky en el Senado durante el debate en comisiones: “¿Cómo se puede obligar a alguien a que condicione su vida entera? Los embarazos forzados son tortura”.
Los debates hasta la media sanción fueron intensos, 700 expositores y expositoras pasaron por el Congreso pero además se replicaron los argumentos en las plazas, los sindicatos, los lugares de trabajo, en las puertas de las escuelas y dentro de las aulas, en las mesas familiares y en los transportes públicos.
Y si algo fue quedando claro, cristalino, mientras se vuelven a exponer argumentos para el debate en comisiones antes de la votación en el Senado, es que las nociones de justicia, igualdad y libertad quedaron del lado de la aprobación de la ley de aborto legal. Porque no se trata de aborto sí o no, se trata de aborto legal o clandestino; porque las mujeres y todas las personas con capacidad de gestar abortamos, con riesgo o sin él, porque se trata de nuestra libertad, y a la libertad se la persigue.
LOS PRO QUE SON ANTI
Sin embargo, los militantes antiderechos encuadrados y sostenidos por dogmas e instituciones religiosas, principalmente la Iglesia católica con sus escuelas, universidades y centros de salud financiados también por el Estado, no lograron aportar ningún otro eje al debate más allá de la defensa de una vida humana desnuda de todo salvo de material genético, ignorando olímpicamente que ese debate está fuera de eje porque el aborto ya es legal por ciertas causales –cuando el embarazo es producto de una violación o cuando la salud de la persona gestante está en riesgo– en la Argentina. Esa falta de argumentos se transformó en violencia: desde agresiones directas a quienes usan el pañuelo verde, que es contraseña entre quienes defienden el derecho a la libertad de decidir, hasta amenazas de torturas de profesionales de la salud –médicxs, enfermerxs, anestesistas– a quienes pretendan reclamar el derecho a abortar.
Curioso, ese pañuelo sobre el que algunos “provida” dispararían –como se lee en redes sociales– fue una idea de la organización Católicas por el Derecho a Decidir, engranaje fundamental de la Campaña. Y el color, bueno, la tela más barata que consiguieron entonces, en los inicios del tercer milenio.
Las agresiones de los y las fundamentalistas antiderechos no son nuevas como tampoco es nueva la articulación que permitió poner en agenda y amplificar la demanda por el derecho al aborto. La Campaña Nacional por el Aborto Legal, Seguro y Gratuito se gestó en 2005, dos años después de que en el segundo Encuentro Nacional de Mujeres se inaugurara un taller de estrategias para alcanzar el aborto legal, una manera de evitar la discusión imposible sobre si está bien o mal abortar. Los ENM, que llevan 33 años de organización sostenida y masiva, fueron el escenario privilegiado para hacer crecer esta demanda, aunque la existencia de esta experiencia única en el mundo –que miles de mujeres se desplacen por el país para debatir de manera horizontal año tras año– haya sido históricamente obliterada por los medios hegemónicos, con la excepción del diario Página/12. En 2004 hubo objetos explosivos en las escuelas donde se debatía en Mendoza, y las amenazas de bombas o los enfrentamientos directos entre feministas y militantes católicos se repitieron en San Juan, Salta y Jujuy; en Mar del Plata y Rosario (2015 y 2016) fue la policía la que intervino para defender a los católicos reprimiendo por primera vez esta expresión de organización horizontal y sostenida que ha sabido parir transformaciones legales y simbólicas que cambian la vida de todos y todas y no sólo la de las protagonistas: divorcio, patria potestad compartida, Educación Sexual Integral, salud sexual, todas esas herramientas fueron pensadas y discutidas antes entre mujeres, en los ENM. Ahora es el tiempo del aborto legal, una demanda de base para el feminismo porque significa libertad, porque ya es tiempo de sacar de la clandestinidad también nuestra sexualidad, nuestros goces y deseos.