Por Telma Luzzani
Es una sociedad multifacética, colectivamente atroz y con individualidades descollantes. Un país con una elite brillante, ambiciosa y, en gran parte, despiadada, que convive con una mayoría apática y cerril. Inventores de casi todo lo que usamos, depredadores de casi todo lo que tenemos, aquí están, estos son: los estadounidenses.
lunes 8 de junio de 2015 | 2:13 PM |Hijos de Europa y de África; publicistas de los valores modernos del progreso y la libertad individual; cruzados en la defensa del derecho ilimitado de la propiedad privada; violentos sin culpa; impulsores de la más fascinante máquina de ficción de todos los tiempos –el cine– pero, al mismo tiempo, poseedores de la mayor población carcelaria del mundo; capaces de crear escuadrones de la muerte como el Ku Klux Klan para eliminar al otro; inventores de una arquitectura suprahumana que rasca el cielo hacia la divinidad, y, como todo imperio, poseedores de una energía capaz de convertir a millones de humanos en adoradores de una forma de vida extraña, la american way of life, hasta al punto de someterse voluntariamente a valores que jamás serán los suyos pero que aceptan como los únicos verdaderos.
Esto y muchas cosas más son los estadounidenses. Una sociedad multifacética, colectivamente atroz y con individualidades descollantes. Un país con una elite brillante, ambiciosa y, en gran parte, despiadada, que convive con una mayoría apática y cerril. Gore Vidal, un extraordinario escritor y agudo crítico de su ociedad, reflexionaba sobre esto con humor: “Cincuenta por ciento de la gente no vota, y cincuenta por ciento no lee los periódicos. Espero que sea el mismo cincuenta por ciento”. También para las elites irigentes, clase a la que él pertenecía, Gore Vidal guardaba una opinión lapidaria: “El escritor Henry James dijo que si bien un imperio civilizó a los británicos, corrompería totalmente a los estadounidenses. Estoy muy de acuerdo con el señor James. No somos nada más que británicos desplazados. Tenemos exactamente el mismo apetito voraz, el mismo amor por la delincuencia, el mismo amor por lo criminal”.
El dólar, la moneda del país, revela de alguna manera también un arquetipo. “God weIn trust” (En Dios creemos) es el lema del dinero en esta sociedad fuertemente creyente, cuyos presidentes jamás osarían terminar un discurso sin bendecir a la nación (“God bless America”, Dios bendiga a América). Pero una nación que, no obstante, finge ante el mundo gobernarse por valores laicos.
Esta estructura medular tiene sus orígenes en el siglo XVII, con los “padres fundadores”, los peregrinos puritanos que llegaron a la costa este de América del Norte huyendo de las persecuciones religiosas en Inglaterra. Como explica el historiador Greg Grandin, de la Universidad de Nueva York, para ellos el Nuevo Mundo era el lugar de la utopía perfecta: estas vastas zonas (incluyendo el oeste y el sur del continente), habitadas por seres “imperfectos e impíos” era la oportunidad que Dios les ponía en el camino para realizar la voluntad divina en la Tierra. “A fines del siglo XVII, el reverendo puritano Cotton Mather, por ejemplo, estudió español enodadamente para poder ‘abrirles los ojos a los latinoamericanos y convertirlos del poder de Satán al poder de Dios’”, asegura Grandin.
Con el tiempo se asentará la convicción de que Dios no ha elegido simplemente a un grupo de hombres y mujeres (anglosajones) racialmente superiores sino a una nación entera para llevar a cabo su proyecto divino en este planeta. Dicho en palabras de otro gran escritor, Norman Mailer: “La enfermedad política más seria de los EE.UU. es ser una nación que se cree superior”.
DEL PANFLETO A LA GENERACIÓN PERDIDA
La superioridad racial y la misión civilizadora han sido reiteradas justificaciones tanto para el esclavismo como para las políticas expansionistas e imperiales. Los esclavos africanos fueron, formalmente, la base social y económica del sur agrario hasta el fin de la guerra civil de 1865. Pero informalmente la desigualdad y la discriminación continúan, como prueban, en la actualidad, los permanentes crímenes de policías blancos (que nunca son condenados) contra jóvenes negros desarmados en varias ciudades.
En cuanto al expansionismo, la certeza de que existen pueblos “defectuosos” que requieren y merecen (por su bien) ser dominados será el eje fundamental de la posterior narrativa política del “destino manifiesto” (concepto acuñado en 1845 por el periodista John O’ Sullivan para sostener la “necesidad” de anexar el territorio mexicano de Texas) y llega hasta nuestros días con una terminología aggiornada por varios presidentes –desde Bill Clinton hasta Barack Obama–, como la “responsabilidad de proteger” (a pueblos como el libio, el ucraniano o el sirio, que “quieren democracias al estilo nuestro” pero por culpa de sus dictadores no las tienen). Esta formulación ideológica, que con sus altos y bajos se fue instalando en la sociedad estadounidense desde el siglo XIX desde dos trincheras –el periodismo panfletario al estilo…
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