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La Revista

La educación desde adentro

El alto nivel de alfabetización y la universidad gratuita son dos marcas positivas que distinguen a la Argentina.

Los desafíos para esta etapa son lograr la permanencia de los chicos en el secundario, seguir mejorando la equidad y controlar la violencia en el aula.

Por Sin Firma
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CyC 2266 Enero 2012-84

Por Sol Peralta

Así como en el exterior los argentinos somos identificables enseguida por nuestros modos egocéntricos, puertas adentro solemos castigarnos duro y parejo. Somos los peores. En el campo de la educación, repetimos que las escuelas del Estado ya no son lo que eran, que los chicos les pegan a los docentes, que el nivel es muy bajo. Una vez más, los datos concretos muestran que esa no es la única realidad. El primer motivo de orgullo es que la Argentina tiene un altísimo nivel de alfabetización, que la destaca en el mapa regional: del 95 al 99,55 por ciento de la población sabe leer y escribir, de acuerdo con el Sistema de Información Cultural del Mercosur. El índice de Brasil, por poner un ejemplo, es del 83 por ciento, con excepción de los estados del sur, una pequeña porción del territorio. “La Argentina atravesó procesos de modernización educativa muy rápidos y uno de sus principales impulsores fue Domingo Sarmiento, que apostó a la educación básica para el desarrollo de la sociedad. Su gran proyecto fue la ley 1.420 de educación gratuita, laica y obligatoria, sancionada en 1884, que amplió la cursada del colegio primario en un proceso comparable con algunos países de Europa. La expansión de la secundaria también ha sido temprana y ocurrió durante el peronismo”, explica Daniel Pinkasz, licenciado en Educación y secretario académico de Flacso.

El ministro de Educación, Alberto Sileoni, considera que la cohesión, la movilidad social y la educación han sido siempre motivo de orgullo nacional. “A diez años de la crisis económica que quebró al país, la marca profunda llegó incluso a afectar esos estándares. La crisis se sintió en el PBI, fue como si hubiéramos sufrido una guerra. Más del 80 por ciento de los chicos que iban a escuelas públicas del norte eran pobres”, dice. Según Sileoni, las medidas que favorecen la recuperación son las integrales. “La cultura de ver a la escuela como un gran comedor –donde los niños no sólo desayunaban y almorzaban sino que llevaban viandas para la cena (que repartían con el resto de la familia)– estaba metida dentro del imaginario de muchas personas, que recién a esta altura vuelven a ubicar al colegio en el plano del aprendizaje”, comenta.

Antes de la crisis de 2001, el gran golpe que recibió el campo educativo fue la resistida ley federal de educación de 1993, que pasó a las jurisdicciones provinciales el sostén de las escuelas. Para Ana Laura Oliva, licenciada en Educación e integrante del área de capacitación de la Fundación Leer, “el proceso que empezó durante la dictadura y finalizó con la ley del menemismo produjo un quiebre. En las regiones más empobrecidas empezaron a escasear recursos y se resintió la función del maestro”. Oliva ubica en aquella ley el origen de algunos problemas que se arrastran hasta hoy. Sobre todo por el cambio en los contenidos y la dilución de las pautas, para el cual las escuelas no estaban preparadas y no recibieron orientación.

Esa norma fue reemplazada en 2006 por la ley de educación nacional, que establece la obligatoriedad del secundario. Para Pinkasz, ese es un gran desafío, pero otro es la permanencia. En ese sentido, se articularon propuestas como los Centros de Orientación y Apoyo de la provincia de Buenos Aires, para alumnos que deben algunas materias, o las escuelas de reinserción que funcionan en varias ciudades del país. “La gran deuda es encontrar nuevos formatos para captar a los jóvenes que no estudian ni trabajan. Y otro reto es mejorar la calidad”, dijo. Oliva destaca otro desafío, producto del cambio vertiginoso en las comunicaciones, la tecnología y la coproducción de conocimiento: “Se pretende que la escuela reciba a los nativos de la era digital, pero que, al mismo tiempo, conserve los valores de la cultura tradicional”.

LA MADRE DE TODAS LAS PRUEBAS

Hace un mes se difundieron los resultados del Operativo Nacional de Evaluación de la Educación, que abarcó a 277.959 estudiantes del último año de la escuela media. Las conclusiones globales muestran una migración de resultados bajos a medios, aunque en Lengua el país sacó una nota baja. “La variable que mejor explica el rendimiento de los alumnos dentro de una clase es su condición social y económica, por sobre la calidad educativa de los establecimientos, tanto públicos como privados”, dice Sileoni. El estudio también demostró que el nivel educativo de los padres es decisivo, sobre todo el de la mamá. El clima educativo familiar juega un rol fundamental (por ejemplo, que haya una biblioteca, que se mire documentales o programas educativos). Para contrarrestar la desigualdad, el Estado implementó planes de mejora en el nivel secundario, con docentes que apoyan fuera del horario escolar a los alumnos que lo necesiten. Como ayuda económica, conviven un sistema de becas y la Asignación Universal por Hijo. “Más de tres millones de chicos la reciben y las investigaciones de las universidades públicas muestran una mejora de las posibilidades, por la dotación de recursos: más libros, más útiles e incluso mejor vestimenta”, dice el ministro. Desde su implementación se sumaron 130 mil alumnos a la matrícula, sobre todo al nivel secundario y en el inicial, ya que el primario hace años que está cubierto casi en un ciento por ciento. “La principal medida para generar equidad ha sido la creación de cinco millones de puestos de trabajo, con un indudable impacto en lo educativo. Dentro de la gestión del ex presidente Néstor Kirchner, se amplió el presupuesto educativo hasta el 6,4 por ciento. Por otra parte, se crearon 1.800 escuelas, se distribuyeron 45 millones de libros y 1,8 millón de netbooks. También hay un programa de igualdad educativa en el nivel primario, que distribuye recursos en zonas de poblaciones carecientes”, explica.

En el nivel terciario, el punto más destacable –más que nunca, por el contraste con la realidad de Chile– es la gratuidad de las universidades. Las carreras tradicionales siguen siendo las más elegidas. En la Argentina no se toman medidas desalentadoras, como el cierre de la inscripción, sino que se va por la positiva, incentivando a los jóvenes a elegir lo que el país necesita. Por ejemplo, los alumnos de carreras científico-tecnológicas pueden recibir una Beca Bicentenario (de 500 a 1.200 pesos). El desafío que planteó la presidenta Cristina Fernández es que haya un ingeniero cada cuatro mil habitantes –hoy hay uno cada 6.700 y en 2003 era uno cada ocho mil– para que la universidad sea un modo de enfocar el país hacia la producción y la industria. En ese sentido, la ley de educación tecnológica para los secundarios técnicos mejoró en un 12 por ciento la matrícula desde su implementación, en 2006. En el presupuesto de 2011 contó con una inversión de 800 millones de pesos en materiales para estas escuelas, como elementos de laboratorio o taller, tornos, herramientas o tractores para las agrotécnicas.

Con respecto a las agresiones dentro del aula hacia los docentes o alumnos, Sileoni destaca el rol del observatorio de violencia del Ministerio que, además de diagnosticar, trabaja con un programa de convivencia escolar y otro de mediación. Además, en las escuelas hay gabinetes psicopedagógicos. “Pero no hay una pandemia de violencia, tal como por momentos muestran los medios. Es cierto –reconoce– que hay algunos episodios que no quisiéramos que ocurran. Pero dentro de la escuela se vive infinita menos violencia que en la sociedad.”

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