El 28 de junio se cumplen cien años del atentado en Sarajevo, disparador de la Primera Guerra Mundial.
Lo que siguió dividió como una zona de tierra arrasada aquellos tiempos de los que los sucederían. Sin embargo, los vestigios de esa civilización extinta repercuten hasta hoy.
lunes 16 de junio de 2014 | 4:31 PM |
El crimen en Sarajevo de Francisco Fernando, el heredero al trono del Imperio austrohúngaro, marcó el fin de todo un mundo y el comienzo de la Primera Guerra Mundial. Pero lo que pasó en el plano político-histórico fue el reflejo concreto de la crisis cultural e institucional que sufría no sólo esa región, sino toda Europa. Germen de esa crisis fueron movimientos y teorías en varias ramas de las artes y las ciencias que, luego del estallido y final de la guerra, se expandieron al resto del mundo como una diáspora que llega hasta el presente. Es imposible entender la cultura occidental sin analizar mínimamente qué pasó en esos años previos al estallido bélico en Mitteleuropa.
La crisis se dio en la región centroeuropea antes que en el resto del mundo: en el pujante Segundo Imperio Alemán de la dinastía Hohenzollern y en el decadente Imperio austro húngaro de los Habsburgo. Desde la última década del siglo XIX y la primera del XX en la región centroeuropea se vivieron situaciones paradójicas: en ambas sociedades se respiraban aires de ebullición social, sentimientos que iban desde la euforia hasta la angustia. Pero mientras que la efervescencia en el Reich alemán se daba por los dramáticos cambios debido al paso de ser una nación agraria a una potencia industrial en menos de cuarenta años, lo que pasaba en Austria-Hungría era la progresiva desintegración del imperio plurinacional.
Esos años fueron la antesala de los movimientos artísticos, literarios, científicos y políticos del siglo XX: Thomas Mann yArthur Schnitzler en literatura, Gustav Klimt y los expresionistas en artes plásticas, Sigmund Freud y Albert Einstein en ciencias, Theodor Herzl y Karl Lueger en política. También fue el inicio de la escalada de violencia que culminaría en Auschwitz: “imagen del infierno donde se trató de erradicar el concepto de ser humano”, según Hannah Arendt.
En Viena, la capital del viejo imperio, los atentados e intentos separatistas hicieron que en la sociedad se volviera a tópicos como la fugacidad del tiempo, lo frágil de la realidad, el carpediem o disfruta el día (porque mañana tal vez ya no haya nada).Incluso en el seno de la ciudad fuerzas políticas antagónicas se disputaban las voluntades de la juventud: Karl Lueger, fundador del Partido Social Cristiano austríaco, de tendencia antisemita, y Theodor Herzl, el padre del sionismo.
Progresivamente los valses vieneses se fueron convirtiendo en danzas de la muerte como los cuadros medievales de la época de la peste negra. Dos autores basaron gran parte de su obra en el desenmascaramiento del caos por sobre el supuesto orden: Arthur Schnitzler y Hugo von Hofmannsthal. Las obras de Arthur Schnitzler abordan las contradicciones entre la vieja moral, caduca y victoriana, con la nueva psiquis, oscura y sexualmente perversa, influenciado en gran parte por su amistad con Sigmund Freud, que llegó a considerara su amigo como su doble literario. Entre las obras polémicas del novelista y dramaturgo se encuentran La ronda, que simula danzas de la muerte en código sexual, o Relato soñado, de la cual el cineasta Stanley Kubrick hizo su versión fílmica en Ojos bien cerrados. En el caso de Schnitzler las vías de escape para la realidad están signadas por el fracaso y la desolación.
UN OLVIDADO MÉDICO JUDÍO
Mejor suerte que Schnitzler tuvo su amigo Sigmund Freud, un olvidado médico judío. Su libro La interpretación de los sueños fue el origen del psicoanálisis, técnica interpretativa que aplicó a sí mismo. En el sueño está la solución, no en la realidad. Hugo von Hofmannsthal se evadió hacia la historia, el mito y el folklore. En su obra Hofmannsthal quiere que permanezca unido lo que se desintegra sin remedio. El Imperio explotó tras la guerra, pero su obra teatral más famosa, el retablo Cada cual, aún hoy se representa todos los años en el Festival de Salzburgo.
Viena también fue laboratorio de artistas, como Gustav Klimt y Oskar Kokoschka. Klimt comenzó pintando obras realistas, pero progresivamente fue abandonando el espacio, la realidad y la inocencia a medida que crecía su desconfianza ante el mundo. Sus obras, que comienzan recreando la sexualidad femenina transgresora y cuyas mujeres son rodeadas de una realidad inestable y acuática, progresivamente van devorando espacios hasta volver todo símbolos (como se puede ver en la evolución que hace desde su obra Serpientes acuáticas hasta El beso).
Klimt huyó hacia formas artísticas decorativas luego de su desencanto, pero no así Oskar Kokoschka, que no buscó la fuga sino hacer estallar todo por los aires. Tal vez fue el último gran artista austrohúngaro junto con Egon Schiele. Pero si los cuerpos de Egon Schiele muestran fragilidad y desolación, los de Kokoschka son violencia pura: ante la tensión sexual sólo puede haber romance o sometimiento, como en El asesino, la esperanza de las mujeres.
El Imperio austrohúngaro fue arrastrado hacia una guerra más querida por sus socios alemanes que por ellos. Nada de ese mundo sobrevivió, pero quedaron grandes nostálgicos que rememoraron los paseos en carruaje por la Ringstrasse, la avenida más importante de Viena, el estilo aristocrático de los Habsburgo cuyo principal actor fue el emperador Francisco José, el mundo del Danubio y los valses. Algunas de las obras más importantes que nacieron del desarraigo y la nostalgia son La marcha Radetzky de Joseph Roth, El mundo de ayer de Stefan Zweig o El hombre sin atributos de Robert Musil.
Luego de las breves guerras en el siglo XIX contra Austria y contra Francia los alemanes habían crecido hasta posicionarse como la principal potencia industrial continental europea, apenas por debajo de Inglaterra y Estados Unidos. A pesar detal avance dentro del Imperio convivían profundas divisiones: el norte prusiano militarista contra el sur bávaro industrial; las ciudades infinitas y ricas contra los campos embrutecidos y empobrecidos; el Estado aristocrático contra una tímida pujanza de partidos democráticos y el surgimiento de la izquierda. Berlín fue en esos días una ciudad en ebullición en la que nacían, convivían y morían a diario millones de personas de diferente origen. Durante los últimos años antes de la guerra la ciudad creció a pasos agigantados en medio de una fiebre de lectores de periódicos nunca antes vista. Algo más de veinte años más tarde Alfred Döblin retrató la misma fiebre que se vivía aún en su novela Berlin Alexanderplatz, cuya estructura polifónica fue inspirada en la obra del estadounidense John Dos Passos.
Los artistas del primer expresionismo junto con algunos escritores como el joven Thomas Mann veían desde los primeros años del siglo el peligro que implicaba el crecimiento desmedido y la disciplina prusiana en todos los ámbitos de la educación. Poemas como “Welter de” (‘Fin del mundo’) de Jakobvan Hoddis o novelas como La muerte en Venecia de Thomas Mann describían el final de un mundo enfermizo que se había separado del pasado y la tradición a favor de un progreso desmedido y sin espíritu. Mann y los expresionistas serían quienes dictarían los paradigmas literarios de las siguientes generaciones de artistas alemanes en las ramas de artes plásticas (Emil Nolde, Paul Klee), literarias (Bertolt Brecht, Max Frisch), cinematográficas (Fritz Lang, Robert Wiene) e incluso arquitectónicas (escuela de la Bauhaus).
La solidez institucional que mostraba el Segundo Imperio Alemán iba a quedar en ruinas tras la guerra. La monarquía de los Hohenzollern se mostró inútil en los meses de mayor crisis que sufrió su pueblo durante los años de guerra, lo que hizo que dentro de la sociedad alemana surgiese la conciencia de la participación en política. La figura de Karl Liebknecht, fundador del Partido Comunista alemán y uno de los pocos parlamentarios pacifistas, cobró gran relevancia. Él y Rosa Luxemburgo lideraron la revolución de1918 tras la derrota en la guerra y pujaron por un gobierno comunista contra la democracia cristiana y los generales que pretendían continuar en el poder a pesar de haber sido derrotados. Liebknecht y Luxemburgo fueron secuestrados y asesinados en enero de 1919, pero su legado persistió en movimientos políticos y culturales.
La Gran Guerra marcó el origen del siglo XX, de su cultura y sociedad. El mundo que murió no fue ideal, ya que había también hambruna, esclavitud y atentados terroristas, pero acabó. La guerra fue, como indicó Thomas Mann en el prólogo de La montaña mágica, “el inicio de muchas cosas que, en el fondo, aún no terminaron de comenzar”.
Por Esteban Galarza