Por Fernando Amato
Desde 1976, la Argentina entró dentro de la Escuela de las Américas, primero, y del Consenso de Washington después. Las políticas liberales, las recetas del FMI, la recesión, el ajuste, la devaluación del peso, créditos stand by, crisis de la deuda externa, la hiperinflación y la hiperdesocupación eran términos corrientes para los argentinos. Con fervor o por incapacidad, todos los gobiernos terminaron sometidos a las políticas globales.
En 1999, la llegada de Fernando De La Rúa al gobierno prometía nuevos aires y el final de una escandalosa corrupción. La política económica y el plan de convertibilidad siguieron y hasta volvió el padre de la criatura, Domingo Cavallo, al ministerio de Economía y en lugar de nuevos aires la desocupación se acrecentó. La renuncia del vicepresidente Carlos “Chacho” Álvarez por las denuncias de corrupción en el Senado, conocida como Ley Banelco, terminó con la poca credibilidad de los radicales.
Las protestas, los piquetes de desocupados, las calles tomadas, los saqueos de supermercados aumentaban a medida que crecía la desesperación del pueblo. La instauración del corralito (una especie de cepo a la posibilidad de retirar dinero en efectivo) termino con el poco capital que el gobierno aún conservaba dentro de la clase media. Los enfermos morían por no poder pagar operaciones o medicamentos. Los cartoneros copaban las noches en busca de comida podrida en los tachos de basura.
En este triste cuadro, el presidente decidió decretar el Estado de Sitio por cadena nacional. Atardecía ese 19 de diciembre de 2001 cuando las cacerolas empezaron a sonar por todo el país. Pero además, los vecinos comenzaban a agolparse en las esquinas y a marcha a Plaza de Mayo. Por la noche, una plaza repleta gritaba: “que se vayan todos”. Empezaron a llover gases lacrimógenos y el pueblo retrocedió hacia la Plaza Congreso. En las escalinatas asesinaron a uno de los manifestantes. Renunció Cavallo. Más que nunca la gente gritaba que se vayan y que se metan el estado de sitio en algún lado. Mucha gente se quedó a pasar la noche.
A la mañana siguiente, sobre el mediodía, la gente salía de sus oficinas y algunos hasta en saco y corbata tomaban piedras para enfrentar a la policía. Por la avenida 9 de julio la policía disparaba balas de plomo. Más muertos. El pueblo no retrocedía. Los motoqueros hacían de caballería improvisada para auxiliar a la gente y despistar a la policía. Héroes.
De pronto un helicóptero asomó sobre el techo de la Casa Rosada y todos festejaron. Había renunciado De La Rúa. Las Asambleas populares comenzaron a brotar como hormiguero por todas las plazas de la Argentina. Que se vayan todos. Se sucedieron cinco presidentes en una semana.
Después de catorce años algunas políticas se repiten…