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La Revista

DE REBELIONES Y RESTAURACIONES

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Por María Seoane. Directora de Contenidos Editoriales. Hubo siempre una épica de la rebelión contra las injusticias sociales, contra el autoritarismo, contra la explotación. El siglo XX argentino fue pródigo en ejemplos. Las putas de San Julián, que durante las trágicas huelgas de la Patagonia en 1921 se negaron a atender a la soldadesca que fusiló a los obreros huelguistas. Mujeres, como Juana Rouco Buela, que lideraron las huelgas de los inquilinatos en 1907, o las sufragistas, como Julieta Lanteri, que pelearon por la igualdad de los derechos políticos. Los obreros de las huelgas de la Semana Trágica, que defendieron su salario, su trabajo, sus sindicatos avasallados y que extendieron su saga hasta el Cordobazo en 1969. Pero también hubo una épica de la restauración conservadora que intentó defender los privilegios de clase. O embestir contra un Estado que no expresaba sus intereses. Entre los propietarios de  conventillos que instigaron la represión estaban el empresario marítimo Nicolás Mihanovich y el estanciero Manuel de Anchorena. La Liga Patriótica fue la fuerza de choque contra los obreros en enero de 1919, y resaltaban los nombres de estancieros como Joaquín S. Anchorena, Jorge Mitre, Carlos Tornquist, Miguel Martínez de Hoz, Julio A. Roca (hijo), Celedonio Pereda, Saturnino Unzué y Antonio Lanusse. Entre los miembros de la Sociedad Rural que sostuvieron la masacre de la Patagonia revistaba Mauricio Braun –antepasado del actual jefe de Gabinete, Marcos Peña Braun, y dueño de la actual Anónima– que poseía en 1920 1.376.160 hectáreas, con 1.250.000 lanares que producían 5.000 millones de kilos de lana, 700 mil kilos de cuero y 2.500.000 kilos de carne anuales. En febrero de 1976, en las vísperas del golpe militar, José Alfredo Martínez de Hoz, en representación de las cámaras empresariales rurales e industriales, y del comercio y la banca extranjera, declaró una huelga patronal salvaje. Se inició en 1976 la primera gran ola neoliberal. Se extendió en una segunda ola durante el gobierno de Carlos Menem, que completó el ciclo durante el gobierno de Fernando de la Rúa y que estalló en 2001 con la quiebra del sistema económico y político. El siglo XXI podría conocerse como el de las rebeliones espurias por su marca social: fueron protagonizadas por la clase media y media alta urbana que acompañaron en su ofensiva destituyente a la burguesía agraria durante marzo-junio de 2008; el 13 de septiembre de 2012; el 8 de noviembre de 2012, y el 18 de abril de 2013. Si bien los sectores más sindicalizados durante los gobiernos kirchneristas (2003-2015) participaron en protestas por el nivel del salario y la redistribución del ingreso, las manifestaciones más definitivas ocurrieron contra la presión del Estado que repartía la torta del ingreso a favor de los no propietarios. En 2012, los sectores medios atizados por las corporaciones mediáticas estallaron contra el cepo al dólar establecido por el segundo mandato de CFK ante la fuga sistemática de dólares. La clase media urbana que se plegó, entonces, en el pedido generalizado de limitar cualquier posibilidad reeleccionista de la Presidenta y oponiéndose a cualquier control y redistribución de la riqueza o cualquier reforma progresiva, como la judicial. Para 2015 las consignas vinculadas a la inseguridad, la anulación del impuesto a las ganancias y la supuesta corrupción política eran las cáscaras enunciativas de un malestar más profundo: la distribución del ingreso nacional del 51,5 por ciento a favor de los sectores populares. La rebelión del capital concentrado agrario, financiero y mediático marcó el inicio de la segunda década del siglo XXI como la de la gran restauración conservadora que culminó con la asunción de Mauricio Macri al gobierno. El año 2016 fue prolífico, además, en protestas sectoriales de tercera generación: el movimiento Ni Una Menos; la defensa del medio ambiente, entre otras. Pero también se esboza un camino: el incremento de las protestas por la defensa de derechos conculcados al trabajo y el salario. Las protestas no son rebeliones pero coagulan en la historia porque la naturaleza de los ciclos es su reiniciación para modificar el poder.

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