La partida de Juan Gelman deja un agujero profundo en la cultura latinoamericana, pero también un faro inspirador.
El de un enorme poeta capaz de articular dolor y belleza, el de un militante que no dudó en arriesgar su vida y el de un periodista que supo desnudar las injusticias del mundo.
sábado 1 de febrero de 2014 | 2:38 PM |
La partida de Juan Gelman deja un agujero profundo en la cultura latinoamericana, pero también un faro inspirador. El de un enorme poeta capaz de articular dolor y belleza, el de un militante que no dudó en arriesgar su vida y el de un periodista que supo desnudar las injusticias del mundo.
Dolerá leer en la solapa: Buenos Aires, 1930-México D. F., 2014.Dolerá hasta que uno se acostumbre y mientras tanto vuelva al comienzo, a sus viejos libros, a sus versos primeros como si el regreso al origen nos eximiera del revoque último del destino. Juan Gelman publicó su primer libro, Violín y otras cuestiones, en 1956 y el primer poema, oh ironía, se titula “Epitafio”. Desde ahí entonces valdrá la pena recorrer una vez más su obra hasta llegar a Hoy, el último título. Gelman empezó por el final y terminó por el comienzo –perpetuado en la palabra hoy– , ese comienzo del finque es la exégesis de uno mismo y que revela, en palabras de Jean-Luc Nancy, no el sentido de la existencia sino la existencia del sentido.
En un reportaje que le hizo el poeta y periodista Jorge Boccanera, publicado en Tierra que anda. Los escritores en el exilio (1999), Juan Gelman describe su vida en Buenos Aires, antes de su partida obligada: “Nací y viví en Villa Crespo. Conocí el arroyo Maldonado sin tubos. Vi pasar el entierro de Gardel. Tomaba el tranvía y bajaba en La Boca para recorrerla. También recorrí amarguras por ser hincha de Atlanta. Jugué al billar –mal, claro– en el café San Bernardo, que sigue siendo el Trianón en un tango. A los dados y al dominó en el café Colón. Fui a la milonga en clubes y salones varios. Al mismo tiempo estudiaba y obtuve el bachillerato en el Colegio Nacional de Buenos Aires. De chico me gustaban las películas en episodios como La mano que aprieta, y mi madre me llevaba al Colón (al gallinero y una vez por año) a ver obras de teatro en idish. Recién casado viví en Villa Urquiza y en La Paternal; de separado, Paco Urondo me cobijó en su casa de San Telmo. No puedo olvidar un crepúsculo que me aconteció en Patricios. ¿Uno camina Buenos Aires o Buenos Aires lo camina a uno?”.
Hasta aquí un dichoso, aunque alborotado, tango: una trayectoria periodística que arrancó en el 66, pasando por Confirmado, La Opinión, Crisis, Panorama y que terminó en el diario Noticias en el 74; un período de poesía que culminó con Cólera buey, Fábulas y Relaciones y la música del Tata Cedrón, que le dio otra circulación a tantos de sus poemas más hermosos: cómo olvidar los discos Gotán, Madrugada, El caballo de la calesita.
Pero llegó el 75 y su vida hizo un giro violento: perseguido por la Triple A –militaba en FAR Montoneros–, Gelman partió al exilio. En agosto del76, su hijo, Marcelo, y su mujer, María Claudia García Iruretagoyena, embarazada, fueron secuestrados y llevados –esto el poeta lo supo mucho después– al centro clandestino de detención Automotores Orletti, donde también operaba un grupo de militares uruguayos que perseguía a sus exiliados. En octubre, Juan Gelman vino a la Argentina, clandestinamente y con pasaporte falso. En el 78, lo intentó otra vez. “Luego de este segundo regreso, comprendí que el exilio iba a ser largo –relata en la entrevista ya citada–: las organizaciones guerrilleras habían sido clara mente aniquiladas, el movimiento obrero estaba desarticulado, la clase política apoyaba al régimen militar por acción u omisión y la Iglesia lo bendecía y alisaba el alma de los asesinos. Buena parte de la sociedad, sin conducción para la resistencia, vivía una represión y un terror desconocidos en la historia del país. Otra parte nadaba en ‘plata dulce’ y practicaba el ‘por algo será’. La única resistencia real, además de la obrera, fue la de las Madres de Plaza de Mayo, y todavía sigue.”
Vivió en Roma, Madrid, Managua, París. En 1988 llegó a México y coincidió con la posibilidad de regresar a su país, puesto que recién ese año la Cámara General de Apelaciones lo eximió de la prisión política que todavía, y ya en democracia, pesaba sobre él. Vino ala Argentina pero no se quedó. El propio Gelman admitió que la decisión de vivir en México fue muy personal: “No es exilio ni autoexilio.”
BÚSQUEDA SIN RESPIROS
Su lucha no acababa: buscó incansablemente los restos de su hijo, que aparecieron en el 89, dentro de un tambor de grasa de 200 litros que los militares rellenaron con cemento y arena y arrojaron al río San Fernando. Nunca pudo dar con los de Claudia. Y no se detuvo hasta encontrar a María Macarena Gelman García.
En 1998, Juan Gelman comprobó que su nuera había dado a luz en el Hospital Militar de Montevideo. No fue sencillo que las autoridades de entonces en Uruguay aceptaran desapariciones de personas y robos de bebés durante su propia dictadura. Sin embargo no quedó opción puesto que la pelea que dio el poeta arrastró a intelectuales y personalida desde todo el mundo. En 2000, se abrazó por fin con Macarena.
Esta vida tan intensa se constituyó esencialmente en su extensa obra poética. El día que Gelman recibió el Premio Cervantes, en 2007 (el broche de una seguidilla de premios relevantes, como el Nacional de Poesía en la Argentina y el Juan Rulfo en México), brindó un delicadísimo discurso en el que resaltó que la dueña del premio era la poesía: “¿Qué hubiera dicho hoy, en un mundo en el que cada tres segundos y medio un niño menor de cinco años muere de enfermedades curables, de hambre, de pobreza? Me pregunto cuántos habrán fallecido desde que comencé a decir estas palabras. Pero ahí está la poesía: de pie contra la muerte”.
“Quizá consideraba la escritura una huida (…) Una huida, digo, y hasta una salvación, la salvación de mí mismo”, escribió Imre Kertész, sobreviviente de Auschwitz y Buchenwald. Y variando sobre un verso de Paul Celan, Kertész reflexiona sobre lo que significa su tarea de escritor expresando que, en esencia,“no es más que cavar, seguir cavandola fosa que otros empezaron en el aire”. La obra de Gelman podría incrustarse en esta idea de sobrevivir al dolor impensado, y la escritura como salvación a la vez que hundimiento.
Un largo kaddish –rezo hebreo a los muertos– componen varios de los títulos de Gelman, por el hijo asesinado, por todos aquellos (Paco Urondo, Rodolfo Walsh, Haroldo Conti) que habitarán por siempre “esa fosa en las nubes”, diría Celan. Pero también un kaddish por el destierro interminable. Porque el destierro, insiste Gelman, no se limita al propio exilio, sino a esos destierros locales que sufren hoy día aquellos que viviendo en su propia geografía no tienen hogar ni derechos ni modo de escapar de guetos encubiertos.
No sólo a través de la poesía sino también del periodismo, oficio que mantuvo hasta el final, desnudó Gelman las inclemencias del mundo. Su compromiso fue con la humanidad, no con un territorio acotado: “Acá abajo, la patria más importante es la vida”.
Por María Malusardi