Por María Seoane – Directora de contenidos editoriales.
viernes 7 de agosto de 2015 | 11:29 AM |“Se enfrentarán dos modelos: el de la exclusión, el ajuste y la deuda, y el modelo de la producción, el trabajo y la estabilidad, que no es propiedad de partido alguno ni de quien les habla”. Néstor Kirchner lo dijo en mayo de 2003. No sólo resumió una promesa de gobierno y lo que haría como Presidente. Doce años después, en vísperas de una nueva elección presidencial, esa frase es repetida por quienes entienden que resume casi dos siglos de la turbulenta historia nacional y de los modelos económicos de los cuales se derivaron las condiciones de gobernabilidad. Porque la historia del país comenzó con un saqueo de tierras y vidas y un brutal endeudamiento con Inglaterra. Se le llamó liberalismo por casi un siglo.
El país del Centenario no varió el comportamiento de sus clases dominantes que sostenidas por el modelo agroexportador realizaban sus ganancias mirando a Europa, mientras el Estado se endeudaba para realizar un desarrollo capitalista enclenque y dependiente, con facturas que debían pagar las clases populares y la incipiente clase media urbana.
Las crisis políticas, a partir de 1930, se ahogaron con golpes militares y mucha sangre. Los ciclos del yrigoyenismo y del peronismo que revertían el modelo de deuda, exclusión social y ajuste, y se reemplazaba por un Estado que incentivaba la producción, el consumo interno, el empleo y los derechos sociales y políticos; con una matriz de distribución favorable a los trabajadores afectaba a las clases dominantes y generaba al mismo tiempo el ciclo de la venganza hasta su paroxismo que ocurrió con el golpe de estado de 1976 y que inició el neoliberalismo a sangre y fuego.
El ciclo de deuda externa y saqueo y represión y desocupación se repitió bajo distintas recetas hasta 2001. Y entonces, como ocurre cuando se despeja la pólvora que permite ver las víctimas en el campo de batalla, los argentinos comenzamos a entender que la historia del país describía dos modelos en pugna: el nacional y popular desarrollismo o el neoliberalismo voraz. Y que, según cómo se resuelva desde la política este dilema, se vivirá en un país luminoso o en uno que está condenado al olvido siempre gris.