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La Revista

De Bicentenarios y bicentenarios

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Por María Seoane. Directora de Contenidos Editoriales

Hay dos imágenes que contrastan y convocan, que permiten ver desplegadas las pasiones y desventuras de la patria, al cumplirse el Bicentenario. Una, la de los festejos del 25 de mayo de 2010; otra, la de este mayo de 2016, con despliegue de gendarmes y perros, con monumentos vallados, con niños como escudos para un presidente que teme la furia de un pueblo que ya sabe de qué se trata. Imágenes potentes: los argentinos reunidos en los festejos más populares y multitudinarios que se recuerden en todas las plazas del país, con la Plaza de Mayo iluminada a giorno, con la estela de los presidentes más populares de comienzos del siglo XXI en América latina, guiados por Cristina Fernández de Kirchner, la anfitriona, seguida por Lula da Silva, Rafael Correa, Evo Morales, Hugo Chávez, y escoltada aún por Néstor Kirchner, que evocaban el gran sueño de San Martín y Bolívar: la unidad, la libertad y la independencia de nuestros pueblos a lo largo de la historia. Aquella imagen despampanante del 25 de mayo de 2010: un país orgulloso de transitar el camino de la reconstrucción económica, luego del peligro de disolución nacional en 2001; de su pertenencia a la Patria Grande latinoamericana; de su gente recorriendo las calles de cada ciudad, de cada pueblo, escuchando sus músicos, reviviendo sus tradiciones culturales, y hasta la euforia de los niños con su Pakapaka, cuyo héroe Zamba les contaba mil y una historias de los grandes próceres libertarios que nos dieron una Argentina posible y, también, a juzgar por los acontecimientos, una Argentina imposible pero que en esos días de mayo de 2010 parecía conjugada, en todo caso alejada como la pesadilla recurrente de un creador a veces generoso y a veces mezquino en sus designios.

La imagen de aquella película de mayo de 2010, con la exaltación de los artistas y científicos, la galería de los patriotas latinoamericanos iluminada con leds brillantes, como si la luz de la Historia jamás se apagara; el logo gigante de la escarapela con un sol nítido y desvergonzado; la romería de la avenida 9 de Julio, transformada en una arteria viviente, que bombeaba identidad, pertenencia, confianza en el futuro. Esa Argentina festejaba derechos; nivel de vida en ascenso y participación popular en la educación y la cultura. Pero la gran grieta de la Historia entre la Argentina posible y la imposible estaba también allí, agazapada. Unos creyeron ver en el Teatro Colón el lugar donde reivindicar el Centenario, con su vacas sagradas y el modelo sojero. Una supuesta trinchera de la tradición liberal estancieril para el jefe de Gobierno Mauricio Macri, que anticipó su visión unitaria y portuaria de la Patria para algunos agroexportadores y empresas extranjeras con el patronato especial de EE.UU. En esas imágenes que se contraponen y se yuxtaponen, estaban el pasado –el legado del Estado de Bienestar del siglo XX, con el desarrollo del mercado interno, la industria nacional y un poderoso caudal de derechos de las mayorías obreras y de las minorías sociales– y también el futuro, con el pequeño y morocho Zamba destrozado para hacer del gran predio de Tecnópolis un negocio privado; los vestigios de una década ganada a la malaria, pero insuficiente para que los heraldos negros no volvieran por sus fueros con devaluaciones, endeudamiento, transferencia de ingresos de los más pobres a los más ricos, fuga de capitales y regresiones salariales, blanqueos espurios de evasiones off shore, todo en este invierno de 2016, rodeados de gendarmes, en bibliotecas y plazas, mientras se consuma el saqueo que se repitió a partir de 1816, cuando los fuegos y los sueños de la gran Revolución de Mayo de 1810 se habían apagado, con sus próceres muertos, asesinados y desterrados. Aquella grieta profunda aún nos persigue porque el dilema sigue siendo si habrá Patria para todos o para pocos. Democracia plena o de nula intensidad. Gobierno del pueblo, con ciudadanos conscientes, o plutocracia con gerentes mezquinos. Es el dilema que siempre regresa, en la imagen tremenda de la Argentina encadenada como Prometeo, mientras los buitres comen, una y otra vez, sus vísceras.

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