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La Revista

Comer y amar o los grandes placeres argentos

Por María Seoane – Directora de Contenidos Editoriales

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Comer y amar son los verbos del placer que los argentinos desplegamos en una dupla dialéctica.

Cuando aman, suelen dejar de comer por un amor intenso exitoso o contrariado. Pero ambos movimientos vitales están entrelazados por el deseo, un apetito recurrente. Por eso, comer no es sólo una rutina biológica: es también uno de los rasgos de la cultura que indica cómo se despliega el deseo de vivir, de disfrutar, tanto como en el sexo. La satisfacción plena es la condición de ambos.

¿Es mesurable esa pasión culinaria de los argentinos? Una encuesta realizada en 2015 por el GFS Group reveló que los argentinos son novenos en el ranking mundial de la pasión por comer y cocinarse rico, que le dedicamos a cocinar seis horas semanales. Aunque luego de los sesenta años aumenta el placer de cocinar y probar recetas a casi ocho horas frente a la hornalla.

A lo largo de su historia, los argentinos fueron mixturando sus hábitos. Su comida transitó desde las cruces de reses cocinadas sobre fogones hasta los condimentados alimentos que proponía cada vez más el clivaje inmigrante. Entrado ya el siglo XX, la carne asada –el único placer que atraviesa todas las clases sociales– coexistía con las pastas y pizzas italianas, el gazpacho y las paellas españolas y la comida de cada colectividad, desde árabes y judíos; ingleses y franceses; rusos, turcos y griegos.

Ya en pleno siglo XX, la mayoría descendiente de los pueblos originarios –como mostró un estudio de la UBA– fue incorporando comidas del interior profundo. Costumbres de nuestra gente, algunas adquiridas en la época colonial, otras provenientes de los pueblos originarios y otras que derivan de ambas. Lo más típico son las empanadas de carne cortada a cuchillo y de humita, fritas.

Los tamales, el locro, los quesillos de cabra con miel, el cordero y chivito, las tortas fritas y el dulce de leche.

En la Buenos Aires de hoy el deseo de comer define la sofisticación como la mixtura entre la tradición del asado criollo, los gustos nativos y la cocina internacional que hace casi 200 años nos legó la inmigración. Esta simbiosis define nuestra cultura culinaria.

CyC/sc

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