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La Revista

COMANDANTE GUEVARA

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Por Felipe Pigna. Director General

Ernestisto y Teté de pequeño, Tatú en El Congo, Ramón en Bolivia. Siempre el Che, una misma y única identidad que lo hará reconocible bajo cualquier aspecto y nombre. Consecuente con sus ideas y prácticas, Ernesto Guevara construyó su destino pero no es el responsable del mito que lo sobrevivió. Esa fue obra de millones para quienes su entrega a una causa resulta suficiente para sopesar el valor de un individuo. No se le escapa a nadie que sus creencias y prácticas, en sus entramados complejos, son apenas o nada conocidas para gran parte de los que lo adoptaron como ícono, argumento que suele servir para descalificar casi despectivamente a uno y otros. No obstante, la presencia de su rostro en tatuajes y remeras, en banderas y paredes, en poemas y canciones, en pósters, fotos y libros, atestiguan una vigencia sin cansancios, que acompaña a multitudes e incomoda, con toda seguridad, en pequeños recintos. ¿Por qué tamaña idealización a un individuo que vivió buena parte de su vida adulta en la clandestinidad, justamente cuando la globalización del planeta explota? ¿Por qué tamaña idealización a un individuo que siempre hizo gala de la mayor austeridad, en un mundo devorado por el consumo y la frivolidad? ¿Por qué tamaña idealización a un individuo que cohabitó en su vida con la muerte propia y ajena, y que mató y murió dramáticamente? Posiblemente porque pensar al Che nunca resulta un ejercicio en pasado, sino en presente y futuro. La utopía que encarnó, aquella del hombre nuevo, solidario, digno, y de realización personal íntegra, continúa siendo justamente eso, una utopía que encierra en sí misma tanta esperanza hacia adelante como frustraciones al presente. Y esa utopía no abreva en complejos conocimientos políticos e ideológicos, sino en los más francos y humanos deseos que se abren paso a pura fuerza de corazón. Guevara sobrevive al tiempo porque las encrucijadas de su vida siguen vigentes en todas las latitudes y, como a él mismo le hubiera gustado, seguirán siendo parte del imaginario popular mientras perdure también la desigualdad y la opresión. En este sentido, encarna la simbolización de sus propios enemigos. Mito, utopía inconclusa, ejemplo de lo que debe hacerse o no, la popularidad del Che extendida más allá de su existencia real es el mayor vestigio de la iniquidad social. Su presencia y su recuerdo desafían a la sociedad que malgasta a sus niños y juventudes, a sus hombres y mujeres, que los aplasta en la miseria o en el vértigo de la supervivencia. Nerviosos, sus adversarios disfrutan con la parafernalia que se alza alrededor de Guevara, creyendo ver en ese ejercicio una degradación de su pensamiento y acción. Lo cierto es que Guevara está presente y siempre retorna, como un digno fantasma vigilante que recuerda a las multitudes que también hay otros caminos.

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