El presidente saliente Álvaro Uribe, tres semanas antes de finalizar su mandato, caldeó la siempre sensible relación entre Bogotá y Caracas. La embestida, además de Chávez, tenía otro destinatario: su sucesor Juan Manuel Santos.
viernes 12 de julio de 2013 | 1:06 PM |Colombia sigue siendo el país más problemático y convulsionado de América del Sur. Guerrillas, paramilitares que violan gravemente los derechos humanos, narcotraficantes ligados a las altas esferas, siete bases militares cedidas al Pentágono y ahora, el “oficialista”, Juan Manuel Santos, elegido por la mayoría de los colombianos para ser el presidente de la República, lejos de iniciar su mandato en un entorno pacífico, debe sortear los obstáculos que le puso no un enemigo sino su antecesor, Álvaro Uribe, su supuesto aliado.
¿Cómo se entiende que veinte días antes de dejar el poder Uribe haya desempolvado documentos conocidos en 2004 y que haya montado un escándalo tal que tuvieron que intervenir la OEA, Unasur y hasta el Tribunal Penal Internacional? La denuncia fue que varios jefes de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (Farc) se alojan en Venezuela con el visto bueno del presidente Hugo Chávez. Como era de esperar, la acusación enervó al venezolano, que cortó inmediatamente relaciones con Bogotá, acusó a Washington de planificar una acción militar contra su país para desestabilizarlo y envió tropas a la frontera colombo-venezolana.
Aunque la reacción de Chávez puede parecer desproporcionada, hay dos antecedentes que la explican. Uno es el bombardeo sorpresivo de Colombia a territorio ecuatoriano, en 2008, justamente para matar a líderes de las Farc. El otro es el golpe de Estado contra Chávez en 2002, respaldado por Washington. También se entiende porque Chávez enfrenta una complicada elección legislativa en septiembre y un enemigo externo siempre viene bien para cohesionar a la población.
Lo curioso fue que Uribe disparó esta descomunal tensión regional sin consultar a su ex ministro de Defensa y actual presidente, Santos, que se enteró de la gresca mirando la TV en Miami y decidió guardar silencio.
¿Por qué hizo eso Uribe? Para Fernando Giraldo, politólogo colombiano doctorado en la Sorbona, fue “un mensaje para Santos”. “El actual presidente, con pragmatismo, sabe que necesitamos recuperar la iniciativa económica. Colombia tiene que abrir el juego con los vecinos y con potencias como China. Por eso Santos planteó tres metas en política exterior: recuperar la diplomacia y el respeto perdido, obtener protagonismo a nivel internacional y establecer una relación de cooperación con los países de América del Sur. Esto significa un giro en la política uribista. Entonces el mensaje de Uribe a Santos fue que no se saliera de la ruta. Para eso buscó debilitarlo en el plano exterior creándole dificultades con Venezuela.”
El ex presidente colombiano Ernesto Samper coincide: “Esta ha sido una de las épocas más siniestras de las relaciones internacionales. Estamos aislados o directamente peleados con Nicaragua, Cuba, Venezuela, Ecuador, Bolivia, la Argentina y Brasil porque Uribe convirtió su plan de ‘seguridad democrática’ contra el terrorismo y la guerrilla en política exterior”.
Y agregó que la ruptura con Venezuela es la que más perjuicios trajo a Colombia: “Nos ha costado medio millón de empleos, cinco millones de personas que viven en las fronteras afectadas, dos millones y medio de dólares diarios de pérdidas empresariales”. El brillante analista uruguayo Raúl Zibechi suma más datos: “Las exportaciones colombianas a Venezuela cayeron de 7.000 millones de dólares en 2008 a menos de 1.500 millones en 2010. El nivel de pobreza es del 43 por ciento y la indigencia alcanza al 16, Colombia ostenta las mayores tasas de desempleo y de informalidad de la región. La frontera binacional vive en la angustia económica: la semana anterior a dejar el poder, Uribe tuvo que decretar la emergencia social en los 37 municipios fronterizos suspendiendo el cobro del IVA”.
MENOS PREGUNTA DIOS…
¿Por qué ante este escenario desolador Uribe insiste con el conflicto? Una de las respuestas remite a su alianza con EE.UU. y al Plan Colombia, acuerdo por el cual recibe la tercera mayor ayuda militar del mundo (después de Israel y Egipto). El diálogo, la salida negociada o un proceso de paz no parecen ser los caminos que más convengan al Pentágono ni a su aliado colombiano.
Otra respuesta posible la dio el analista bogotano Álvaro Villarraga. “Uribe buscó crear un hecho político fuerte por varios motivos. Primero, por todas las denuncias de corrupción y otros delitos que pesan sobre él. Durante la campaña electoral salieron muchas cosas: los compromisos de Uribe con los paramilitares; las maniobras oscuras por las que logró su anterior reelección; las escuchas ilegales y seguimientos que ordenó contra los opositores. Ahora que dejó la presidencia, tiene miedo de la Justicia entonces el acusado se convierte en acusador. Como en Colombia, las Farc y Chávez siempre funcionan como cucos, Uribe logra un efecto en la opinión pública y, de paso, condiciona al gobierno de Santos.”
El actual presidente, integrante de una de las familias más poderosas de Colombia y dueños de medios de comunicación, dio señales de algunos cambios. No serán transformaciones profundas pero sí un intento de mejorar la imagen de Colombia y tomar distancia de la “mano dura” de Uribe. En el nuevo gabinete no hay ningún ministro del riñón del uribismo y su canciller, María Angela Holguín, fue una de las pocas funcionarias que se animó a presentarle la renuncia al anterior mandatario por estar en desacuerdo con sus políticas. Es además una reconocida profesional que expresa la importancia que le quiere dar Santos a la diplomacia.
Otro giro significativo fue la convocatoria del nuevo presidente al partido centroizquierdista Polo Democrático para alcanzar un acuerdo nacional. “Esto descontroló a Uribe”, aseguró Villarraga, que explica por qué aunque ambos políticos pudieron gobernar juntos en 2009, ahora se colocan en veredas diferentes.
“Santos y Uribe tienen objetivos comunes pero vienen de sectores diferentes. Santos representa a la elite aristocrática tradicional. Tiene el estilo bogotano, cuida las formas, es ambiguo. Uribe expresa a la clase emergente de los terratenientes más reaccionarios que tienen vínculos con el narcotráfico y los paramilitares. Son explosivos, frontales y mucho más violentos. A Santos le incomoda esa gente. Ambos sectores son muy poderosos y tienen entendimientos profundos con las fuerzas armadas. Pero la opinión pública tiene expectativas de cambio y por ahora acompaña a Santos.”
La síntesis de Zibechi es perfecta: “Santos como buen oligarca piensa a lo grande, en los intereses de su clase. Uribe piensa en su futuro personal”.
No obstante, es importante recordar que sobre el actual presidente de Colombia también pesan gravísimas denuncias. Las dos peores son el ataque con bombas a Ecuador, contraviniendo las leyes internacionales, en marzo de 2008, y el escándalo de los “falsos positivos”, violando los derechos humanos. Estos últimos fueron descubiertos en 2008. El ejército reclutaba jóvenes pobres y desocupados de las villas miserias prometiéndoles empleo. Los llevaban a la selva y allí los obligaban a ponerse uniforme de guerrilleros. Luego los fusilaban y mostraban a la opinión pública los “resultados exitosos” de la lucha contra las Farc. Todos los acusados hoy están en libertad.
Santos, que como todo aristócrata se cree intocable, ha prometido mejorar durante su gestión la relación con Ecuador, con Venezuela y además alentar el cumplimiento de los derechos humanos. Su vicepresidente, un ex líder sindical e izquierdista en los 80, Angelino Garzón, dejó abierta incluso la posibilidad de diálogo con las Farc. ¿Será posible? Santos deberá tener la sutileza de un mago para cumplir con misiones que no siempre coinciden: la defensa irrestricta de los intereses de su clase, los compromisos con EE.UU. y las acciones inesperadas su ex compañero de ruta, Álvaro Uribe.