Las recetas de ajuste fiscal, impulsadas hoy en Europa, fracasaron por su elevado costo económico y social. En la Argentina los incentivos al consumo están dando resultados, pero es preciso incrementar la inversión, porque la inflación puede arruinarlo todo.
viernes 12 de julio de 2013 | 12:46 PM |
Ajuste fiscal o incentivos a la demanda? Esa es la cuestión”, diría un Hamlet moderno que observara la profunda crisis económica que vive el mundo desde hace tres años. Lejos de encontrar la puerta de salida al laberinto actual, los gobiernos de los países más poderosos, junto a reputados economistas, no aciertan en diseñar una receta que permita retomar la senda del crecimiento.
Pese a ser considerados históricamente por el mundo industrializado como “incorregibles deudores” e “irresponsables fiscales”, desde hace casi una década las economías latinoamericanas exhiben números macroeconómicos sanos y han soportado con notable solidez el impacto de la crisis internacional surgida en 2007 en el corazón del capitalismo.
Frente a las penurias de ciertos países europeos, bien podría dibujarse hoy una sonrisa en los rostros de algunos habitantes de la región. Pero como en el antiguo teatro griego la máscara cómica va acompañada de otra con mueca trágica.
Es que en una economía absolutamente interdependiente y globalizada como la actual, no hay almuerzos gratis. Tanto la crisis del sistema financiero estadounidense, que más temprano que tarde mutó a la economía real, como los graves problemas fiscales en la Eurozona con Grecia y España a la cabeza –también el Reino Unido, Portugal, Irlanda e Italia– tienen un impacto en las exportaciones argentinas a esos mercados.
Frente a la crisis, mientras el gobierno de Estados Unidos insufló recursos a la economía, vía recortes de algunos impuestos, fondos federales para desempleo, compras de “hipotecas basura” y salvataje a empresas para evitar despidos masivos, del otro lado del Atlántico la receta pergeñada (con asesoramiento del FMI) pasa por el ajuste fiscal, la reducción de salarios y la suba de impuestos.
La respuesta a este comportamiento desigual bien podría encontrarse en la propia experiencia histórica. Para Estados Unidos lo más grave es el riesgo a una recaída de la economía (double deep) como ya ocurrió en 1931, cuando el gobierno, creyendo que la gran depresión ya era cosa del pasado quitó los incentivos demasiado pronto y todo se derrumbó nuevamente. En contraste, para Europa el problema es la inflación. Alemania, la locomotora de la Eurozona, tiene aún muy fresco el recuerdo de la hiperinflación de entreguerras, que pavimentó el acceso al poder de Adolf Hitler.
ARGENTINA, CASO TESTIGO
Últimamente, la referencia a la Argentina en el escenario internacional es permanente. La crisis de 2001 y algunos parecidos con la situación de Grecia llevan a la comparación fácil, aunque no del todo acertada.
Las diferencias entre ambas crisis no son menores. Mientras la Argentina en 2001 tenía una deuda pública equivalente al 50 por ciento del PBI, en Grecia asciende al 115 por ciento. Además, el déficit fiscal –el origen del problema en Europa– alcanza en Grecia al 13,6 por ciento del producto, mientras que al caer el 1 a 1 en nuestro país no superaba el 3 por ciento. Hoy ni siquiera Alemania puede exhibir ese rango que, por otra parte, es el límite fijado en 2002 en el Tratado de Maastricht.
Hace poco el economista Nouriel Roubini, que se hizo célebre por predecir la actual crisis global, señaló que el ajuste fiscal que se le pide a Grecia, “aun si fuera políticamente factible, empeoraría, al menos en el corto plazo, la recesión”. Y agregó: “Si el PBI cae, lograr determinadas metas de déficit y de deuda se hace imposible. Esta fue la trampa mortal de deuda que se engulló a la Argentina entre 1998 y 2001”.
Durante la última Cumbre del G-20 en Toronto, a fines de junio, los líderes de los países industrializados y las economías emergentes debatieron en torno a la conveniencia de aplicar medidas de ajuste fiscal o incentivos al consumo, para mejorar la actividad.
En esa ocasión, la presidenta Cristina Fernández de Kirchner aseguró que los planes de ajuste “generan una expectativa horrible en la sociedad” y alegó, en consonancia con el pensamiento de Roubini, que “resulta incomprensible que para enfrentar un alto nivel de endeudamiento pueda ser la solución un PBI menor”.
Abierta defensora de las políticas de incentivos a la economía que promueve la Administración Obama, la Argentina recordó, a través de su mandataria, los efectos nefastos que tuvieron en nuestro país los ajustes aplicados por la Alianza –recortes del 13 por ciento en salarios estatales y jubilaciones, etc.– para cerrar una brecha fiscal que, de todos modos, condujo al default de la deuda.
“Estoy en contra de cualquier medida de ajuste, porque eso siempre significa transferencia de recursos de la gente con menores ingresos a los de mayores ingresos”, afirmó Roberto Dvoskin, docente e investigador de la Universidad de San Andrés. El analista dice preferir “incentivos para que los chicos puedan comer (Asignación Universal por Hijo) que ayuda para la compra de autos, por ejemplo”.
Dvoskin advirtió, sin embargo, que “no se puede promover el consumo si no hay al mismo tiempo un impulso a la inversión, hay que hacer las dos cosas”. Este parecería ser el principal problema en la actualidad para incrementar la oferta y contener así los efectos nocivos de la inflación que deviene de un consumo muy vigoroso.
“A este gobierno le falta incentivar la inversión”, destaca Dvoskin, y aclara que es necesario que “la persona que invierta tenga beneficios por hacerlo o que por ejemplo, que el que no sube los precios de sus bienes o servicios tenga algún beneficio para la inversión”.
Por su parte, Fausto Spotorno, economista jefe de la consultora Orlando Ferreres y Asociados, coincide en que “en todo ajuste se pierden empleos y este siempre es un escenario horrible”. En su opinión, en 2002 era necesario aumentar el gasto público “pero eso se tuvo que acabar en 2005, a lo sumo en 2006. Hoy se sigue incentivando la demanda y eso en parte explica la inflación”.
Spotorno sostiene que a partir de 2006 el eje debió haber sido la inversión para poder tener una oferta consistente con la creciente demanda de bienes y servicios.
“La Argentina está creciendo a tasas más altas que lo que la oferta puede absorber y eso genera un aumento en la tasa de inflación”, argumenta.
Y remata: “Creo que no hay que ir a un ajuste, bastaría con enfriar la economía, pero si no se hace nada para bajar la inflación dentro de un año quizá haya que hacer un ajuste. Por eso cuanto más rápido se actúe, mejor”.