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La Revista

Baila Conmigo

Karina Olmedo es primera bailarina del Teatro Colón. Empezó por casualidad pero pronto se convirtió en su pasión. Repasa sus éxitos pero también los sacrificios que 

Por Sin Firma
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ballet

Sonrisa enorme, voz suave pero llena de energía, acompaña sus palabras con movimientos de brazos gráciles y expansivos. Karina Olmedo, primera bailarina del Teatro Colón desde 1992, es etérea y con carácter a la vez, se expresa muy bailarinamente, se nota que la danza es su vida y que le da felicidad. Con una carrera intachable, acumula premios, becas y menciones y genera aplausos y admiradores en cada escenario en que se presenta.

–¿Cómo fueron sus comienzos?

Empecé por casualidad, mi hermana hacía vóley en el club Independiente y mi mamá me llevaba a sus entrenamientos. Justo enfrente de la cancha había un saloncito de danza y como coincidían los horarios de las clases y mi mamá ya no sabía qué hacer conmigo, me llevó. La profesora, Nilda, no recuerdo el apellido, era una mujer bellísima y con una energía increíble. Me hipnotizó, me hizo encontrarle el gustito a bailar, algo importantísimo para el inicio. Porque a veces los papás, en el afán por darles lo mejor a sus hijas, buscan profesoras con mucho conocimiento y eso en la danza es algo sumamente estricto. Si a una nena de 6 años la agarrás a una barra de primera y empezás con ejercicios “un, dos, tres”, es un bodrio, terminan dejando. Con esta maestra hacíamos un poquito de clases y armábamos coreos y bailábamos como podíamos. Estuve desde los cinco hasta los ocho años. Agradezco mucho haber empezado jugando.

 –Ella fue su puerta a la danza.

Sí. Después entré en la Escuela Nacional de Danza. Más o menos a los nueve, empecé a estudiar también con Gloria Kazda que en ese entonces era la maestra top del Colón. Gloria fue mi formadora, me pulió, me pasó la virulana hasta los 14 e hizo que me presentara en el Instituto del Teatro Colón. Seguí estudiando con Gloria más o menos hasta los19 años. En este momento mi gran-gran maestra es la actual directora del Instituto, Tatiana Fresenko. Ella fue una estrella en Rusia, es una ensayista increíble y un ser humano maravilloso, reúne todos los requisitos.

 –Ahora usted da clases en el Instituto.

Ahora soy maestra del Instituto, pero antes daba clases para nenas chiquitas con juegos, porque la edad no coincide con la disciplina de la danza y ellas tienen que encontrar el placer de bailar. En el Instituto mi idea es que aprendan la cultura del movimiento, una forma exquisita de moverse.

 –¿Cómo es la vida del bailarín?

Ensayos todo el tiempo, dejás de tomar clases sólo en vacaciones, unos quince días y cuando volvés es difícil recomenzar el ritmo. Estás todo el tiempo ensayando, tenés funciones afuera, tratás de tener una agenda completita. Al Teatro venimos de martes a sábado de 11 a 17 horas. Estar sin salir al escenario es difícil, y el ballet se programa poco. Si hay seis funciones y tres repartos con mucha suerte bailás tres. En todo el año yo habré hecho diez funciones en el Colón. Es un poco frustrante, sentís que entrenás para nada. Afuera hice unas quince funciones.

 –¿Es tan estricto como dicen el tema del cuidado físico?

Yo tuve mucha salud en mi carrera, pero hay momentos complicados, sobre todo en las nenas. La danza exige estar muy delgado y hay un momento en que el cuerpito cambia, hay una metamorfosis natural. Ha pasado en el Instituto que preparaban chicas como futuras estrellas porque tenían muchas condiciones, pero luego no crecían como debían, les quedaban las piernitas cortas o quedaban muy chiquitas y entonces era una frustración terrible, porque las nenas se enfrentaban contra algo con lo que no podían luchar: la naturaleza. Por eso ahora con Tatiana los ingresos se hacen más grandes, entre los 9 y los 12años, en plena etapa de cambio porque se puede ver mejor cómo será ese cuerpo.

 –¿Se acuerda de la primera vez que bailó con público en el escenario del Colón?

Fue muy insólito. Yo había entrado hacía muy poco en la Compañía; estaban haciendo Giselle y nos pusieron a estudiar las Willis por las dudas, porque el elenco ya estaba armado. Habíamos tenido cinco ensayos más o menos. Me estaba bañando en el camarín y escucho a la asistente de ballet diciendo“¿se encuentra Karina?”.Asomo la cara de la ducha, “le quería decir que se lastimó Norma Molinaasí que decidimos que la va a reemplazar usted esta noche. Es primera de fila, ¿se anima?”.“Sí, claro.” Terminé de ducharme rápido y bajé con la batitaa los teléfonos públicos que había en el subsuelo a avisarle a mi familia.“¡Mamá, voy a bailar en Giselle en la función de las 20.30!”, “¡pero son las 20!”. “No importa, vengan, vengan que salgo en el segundo acto.” El tema es que las Willis son todas iguales. Cuando termina la función le pregunto a mi mamá “¿me viste, me viste?”.“Sí, eras la primera de la fila izquierda.”“No, era la del otro lado” (risas). Igual estábamos todos felices.

 –Tuvo grandes partenaires a lo largo de su carrera.

Sí, con Alejandro Parente bailé muchos años, crecimos juntos en ballet. También con Yuri Klevtsov, un hermoso bailarín ruso, después con Juan Pablo Ledo, con Dalmiro Astesiano, ahora con Nahuel Prozzi, mi pareja en la vida. Es muy importante formar equipo con tu partenaire, sobretodo cuando contás una historia. Como en el teatro, el público nota la química.

 –También estudió teatro.

Empecé porque cuando apenas asumo como primera bailarina, el primer rol que me dan a estudiar es Romeo y Julieta. Yo siempre tuve característica de técnica fuerte, de una bailarina brillante. Y mi primer rol fue romántico y teatral, así que sentía que tenía que hacer algo más profundo que aprender los pasos, pero no sabía bien por dónde ir. Increíblemente, un sábado a la noche pongo Canal (á) y sale Alessandra Ferri, diosa absoluta, hablando de Romeo y Julieta y contaba que la había preparado con los textos y con clases de teatro. No lo podía creer, ¡me estaba hablando a mí! Le pedí ayuda a Lito Cruz. Un capo total, me hacía decir el texto dentro de la escena con la música. Unifiqué todo, logré entrar en el personaje. Mucha gente quedó sorprendida porque me conocían como bailarina brillante. Gracias a Dios tuve la inteligencia de pensar en que esto se encaraba distinto.

 –Y además Alessandra Ferri venía a hacerfunciones de Romeo y Julieta.

Sí, Maximiliano Guerra iba a hacer tres funciones con Alessandra Ferri en el Colón y tres conmigo en el Luna Park. Yo creía que ante una figura como Alexandra me iba a apichonar, pero no. Lo mejor que me pasó en la vida fue que ella viniera a hacerlo acá. Aprendí tanto, tanto de ella, cómo se manejaba en la escena, no le miraba los pies o las piruetas que hacía, me enseñó a moverme en escena teatralmente. Fui una esponja. Después, ya más grande, cuando me tocaron obras como Manon, Eugenio Oneguin, leí las novelas, los libros, los textos, ya me quedó esa forma de estudiar.

 –A lo largo de su carrera habrá tenido distintas obras favoritas, ¿qué le gustaba bailar antes y qué ahora?

Siempre Don Quijote, que es más tradicional, muy alegre, cómodo, tenés compromisos técnicos pero cada compromiso tiene un reconocimiento del público. Hay obras en las que tenés un gran compromiso, por ejemplo La sylphide, y no recibís aplausos en cada una de las variaciones que son dificilísimas, pero me dio mucho placer bailarla. Pocas veces tuve tantas satisfacciones como con Eugenio Oneguin y Manon, obras que bailé el año pasado y que son mucho más teatrales. Y con Tatiana encuentro magia en cada cosa que hago.

 –¿Cuáles son sus escenarios predilectos?

Conocí lugares bellísimos cuando fuimos de gira por Europa con el Ballet Argentino, en Bélgica, en toda la costa de Italia arman unos escenarios increíbles con el mar como fondo. En Verona, en los anfiteatros, todos lugares mágicos. Y el Colón, amo el Colón, estoy muy orgullosa de este teatro y de formar parte de este lugar.

 –¿Sigue viajando por el interior?

Siempre. El director del teatro Vera de Corrientes, José Antonio Ramírez, es un balletómano y voy desde muy jovencita. Cuando hicieron la refacción me dijo:“Usted ha colaborado mucho con esta reforma y quise agradecérselo”. Me llevó ala sala, encendió las luces y ¡me vi pintada en la cúpula bailando Don Quijote! Increíble. El teatro Vera es hermoso, un escenario comodísimo. Mendoza también, voy desde los once años. Esos son los dos lugares donde más he ido.

 –¿Hay algún ballet que diga: no, otra vez este no?

La Bella Durmiente. Es agotador. Cansa el primer acto, la protagonista baila, baila sin parar, es tremendo, el público no percibe todo el cansancio que estás pasando. Para la mujer es terrible, porque es tan sutil, no es como Don Quijote, que es enérgico, que sacás para afuera, acá bailás lento, tenés que tener un control muscular y una serenidad que agota. Me acuerdo que una vez me tocaron dos funciones seguidas. En la segunda, al finalizar el primer acto terminé tan cansada que me senté y me puse a llorar. Mi partenaire era Alejandro Parente y yo le lloraba, “no puedo más”. Alejandrome tranquilizaba y disimulaba su desesperación porque lo dejaba en banda. Me compró una Gatorade, me llevó al camarínen andas, me calmaba. Me repuse y continué. Si le preguntás a cualquier bailarina cuál ballet cansa más todas al unísono van a decir La Bella Durmiente. Te podés quedar horas hablando de anécdotas de esa obra.

 –Estaba pensando en retirarse este año.

Iba, sí, pero estoy en la duda. Nosotros tuvimos durante muchos años una jubilación joven, pero hace un tiempo estamos con una jubilación común, a los sesenta años, una ridiculez dadas las exigencias de nuestra carrera. Este año se va a llevar un proyecto al Congreso para volver a la jubilación anterior. Si te retirás ahora tenés que venir todos los martes a firmar. Me gustaría pelear un poquito por lo que era nuestro desde adentro y activa, poder decir me retiro y retirarme de verdad, no venir a firmar. Con esta situación casi te obligan a convertirte en un ñoqui.

 –¿Con cuál ballet le gustaría despedirse?

Con Romeo y Julieta porque fue con el que yo me consideré primera bailarina. jubilación anterior. Si te retirás ahora tenés que venir todos los martes a firmar. Me gustaría pelear un poquito por lo que era nuestro desde adentro y activa, poder decir me retiro y retirarme de verdad, no venir a firmar. Con esta situación casi te obligan a convertirte en un ñoqui.

 –¿Con cuál ballet le gustaría despedirse?

Con Romeo y Julieta porque fue con el que yo me consideré primera bailarina.

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  • Señas particulares

Hija de Francisco y Alicia, Karina es seis años menor que su hermana Viviana. En pareja con el bailarín Nahuel Prozzi, es mamá de Camila, de 11 años, y Antonella, de 4. Además de entrara los 16 años al Ballet Estable del Teatro Colón y ganar por concurso el puesto de primera bailarina a los 21, hizo una gira por Europa junto al Ballet Argentino de Julio Bocca, obtuvo una beca de estudios en Francia en el Primer Concurso Latinoamericano de Ballet, el premio Clarín y el Konex. Fue partenaire de Igor Zelensky, Farouk Ruzimatov, Yuri Klevtov, Carlos Acosta y Maximiliano Guerra, entre otros.

  •  Cara y ceca

“Ahora por suerte no se hace más, pero cuando yo iba al Instituto te pesaban y si subías de peso te bajaban el promedio y si bajabas te los ubían, no importaba que bailaras mal, entonces había un trastorno mayor. Todas rogábamos que no nos pesaran un lunes porque el domingo íbamos a comer, era una cosa espantosa. Mi mamá y mi papá siempre estuvieron cerca, cocina banlo que me gustaba, comía sano. Gracias a Dios la balanza se sacó, no está más, pero por otro lado es real que un chiquito subido de peso no puede bailar. Es un tema complicado.”

  • Amores y desamores

Es usual para todo bailarín clásico hacer giras por diversos lugares del planeta, algo difícil de enfrentar cuando se formó una familia. Pero Karinalo resolvió a su modo: “Somos los Campanelli. Ahora la mayor tiene 11 años y ya se quiere quedar más, pero cuando hay giras nos vamos todos juntos. Una sola vez la dejé a Cami, era chiquita, fui a Brasil, no había pasaje para ella, todo un inconveniente. La pasé mal, ‘¿para qué corno vine acá?’ me preguntaba todo el tiempo. Para dejarlas debería ir al Bolshoi, pero tampoco”.

Por Virginia Poblet

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