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La Revista

Ayer nomás

Los 50 años del rock argentino dejaron una obra monumental. Pionero en Latinoamérica, pasó por  experiencias contraculturales, desarrolló múltiples estéticas, fue perseguido, engordado y clausurado. Pero con mayor o menor puntería nunca dejó de crecer. A continuación, una aproximación a su rica historia.

Por Sin Firma
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11-29-17

No existe un interruptor desde el que se pueda dar la orden de encendido. Tampoco una fecha exacta ni un protagonista único. Se trata de una construcción que exige múltiples focos y orígenes. El rock, se sabe, surge en Estados Unidos, se amplifica en Inglaterra y rápidamente cobra estatus de expresión –y mercancía– global. En la Argentina, su espíritu encontró una identificación temprana y despertó una necesidad de expresión propia. El desafío era apropiarse de eso que venía del exterior y ponía en el centro de la escena a los jóvenes. Así se fueron sumando músicos, bandas, discos, tendencias, festivales, revistas y radios.  Cincuenta años de historia que amenazan con ser muchos más.

Podemos tomar a Elvis como el gran símbolo del puntapié inicial del rock. Su registro barítono, su carisma, su pelvis endiablada y el aura de rebelde sin causa. Bill Haley, Chuck Berry y Little Richard, entre muchos otros, también alimentaban el fuego que comenzó a circular a mediados de los 50. Ese espíritu intentaron tomar Billy Cafaro, Sandro y buena parte del elenco de El Club del Clan, que armaba su repertorio sobre la base de versiones de hits. Pero la construcción de lo que luego se entendería como cultura rock viene en los 60 con los Beatles.

No se trataba sólo del éxito de ventas y el estado de trance al que se entregan las/los adolescentes. Conforme los Fabulosos Cuatro fueron madurando encontraron un universo cada vez más amplio y creativo, donde todos componían y pintaban un mundo hasta entonces inimaginable. Ese recorrido mágico y misterioso encendió la voluntad y los sueños de jóvenes de todo el planeta.

En Buenos Aires los centros de operaciones de los pioneros fueron los bares La Cueva y La Perla, Plaza Francia y el Auditorio del Instituto Di Tella. Lugares de encuentro donde los músicos cambiaban información y/u horas sobre el escenario. El espíritu indomable de Pajarito Zaguri ya había hecho de las suyas en Villa Gesell, y en Rosario un precoz Litto Nebbia comenzaba a construir su leyenda. Aquella camada de adelantados incluía a los citados Zaguri y Nebbia, a Moris, Javier Martínez, Pipo Lernoud, Tanguito y Billy Bond.

Por entonces, la escena de jazz local estaba bien asentada, contaba con equipos y conocimientos musicales sólidos. Por eso se transformaron en una fuente vital de intercambio con las nuevas generaciones, y las zapadas e incluso proyectos de estos
jóvenes entusiastas muchas veces incluían a figuras del jazz, como, Bernardo Baraj, Ricardo Lew y Néstor Astarita, entre otros.

Litto Nebbia ya tenía fama de pionero y junto a Los Gatos Salvajes (antes Los Wild Cats y luego Los Gatos) editarían en mayo de 1965 Los Gatos Salvajes: el primer disco de una banda argentina de música beat, que incluía una mayoría avasallante de composiciones propias en castellano (más las versiones de “Under the Boardwalk” y “Little Red Rooster”, dos clásicos del repertorio de los Rolling Stones). No es un símbolo menor como para tomarlo como el punto de partida de una historia que ya se puede medir en cinco décadas.

Otro hito fundante fue el lanzamiento en junio de 1966 del tema “Rebelde”, de Los Beatniks (que incluía a Moris y Javier Martínez). Pero el gran hit de esos primeros pasos del rock local fue el simple “La Balsa”/“Ayer nomás”. Las más de 200 mil copias vendidas le dieron dimensión al fenómeno y confirmaron a la industria que el rock se trataba de algo que debía ser tomado muy en serio.

En esa primera etapa Los Gatos, Almendra y Manal se consolidaron como las propuestas más sólidas e influyentes. No se trataban de éxitos de ocasión u operaciones de marketing. Nebbia, Luis Alberto Spinetta y Martínez comandaban proyectos de gran personalidad artística. Nebbia demostraba ser enorme cancionista y gran arreglador; Spinetta traslucía una riquísima musicalidad y capacidad poética, y Martínez le dio densidad y fisonomía porteña al blues. No eran los únicos que alimentaban una escena todavía pequeña, pero en evolución permanente. Vox Dei, Arco Iris, Pedro y Pablo, La Barra de Chocolate, Pappo’s Blues, La Pesada del Rock and Roll y Los Abuelos de la Nada, entre otros, ya dejaban su huella.

Por ese entonces aparecía la primera revista consagrada al género: Pinap, que también sería la responsable del primer concierto masivo que reuniría a 12 mil fans. Luego se sumaría la revista Pelo, que seguiría en las calles hasta los 80 y estaría asociada a los míticos
festivales B.A. Rock.

En los 70 el público ya era más nutrido, al igual que las ofertas musicales. Pescado Rabioso, Color Humano, Aquelarre (tres desprendimientos de Almendra), Vox Dei, Arco Iris, Alma y Vida, Moris, Litto Nebbia Trío, Billy Bond y La Pesada del Rock And Roll y Pappo’s Blues se anotaban entre las propuestas más interesantes y movilizantes del momento. Paralelamente a las expresiones naturalmente eléctricas del rock y afines, comenzaron a ganar terreno formatos más apacibles. Bajo el nombre de acusticazos se reunieron –y obtuvieron muy buena respuesta– Raúl Porchetto, León Gieco, Litto Nebbia, Miguel y Eugenio y Carlos Daniel Fregtma.

También participaba de esta tradición La Cofradía de la Flor Solar (una gran influencia para el ideario de la vida comunitaria) y luego Sui Generis, que rápidamente alcanzó el éxito y conquistó el centro de la escena.

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