Por Esteban Magnani. Los descubrimientos de la neurociencia, que estudia los misterios del cerebro, pueden aplicarse a la vida cotidiana de las personas y explicar, por ejemplo, por qué tomamos malas decisiones cuando estamos estresados o por qué a los niños pequeños les cuesta dormir. Incluso, desafía a la memoria y hasta al psicoanálisis.
domingo 17 de enero de 2016 | 11:11 AM |La Argentina vive una explosión de la ciencia. Históricamente condenada a los márgenes de los temas más visitados, ahora varias disciplinas científicas aportan tópicos a los asados junto al fútbol y la política. Dentro de las recién llegadas, algunas han tenido más atractivo. Es el caso de la neurociencia, que logró poner delante de nuestros ojos lo que solía ocultarse detrás de ellos: el cerebro.
De hecho, uno de los comunicadores de la ciencia más conocidos del país es el doctor en Biología y especializado en neurociencia Diego Golombek, que recientemente coronó su trabajo de varios años con el premio a la divulgación científica de la Unesco. Además de dar charlas y grabar programas y entrevistas, este investigador del Conicet se dedica a la cronobiología, disciplina focalizada en el estudio de los ritmos biológicos que permiten explicar, por ejemplo, que los adolescentes en general tengan tantos problemas para madrugar y los niños pequeños para resistir el sueño a la noche. Pero esto no ha impedido a su libro más reciente llamarse Las neuronas de Dios: en él busca el correlato entre las experiencias místicas y lo que ocurre en el cerebro. En una neurociencia amplia y esencialmente multidisciplinaria, Golombek es un buen ejemplo de la variedad de formas de abordarla. Detrás de él hay un ejército de investigadores de la UBA, el Conicet y otras instituciones; no pocos de ellos son capaces de salir del laboratorio y transitar estudios de radio, televisión y dar charlas cancheras como las TED. El trabajo de los neurocientíficos no es fácil. Mientras los físicos e ingenieros pueden saber con una precisión envidiable cuánto demorará el cometa Halley en volver a pasar por la Tierra o lanzar una sonda (con la ayuda de algunos profesionales más, claro) para que se encuentre con un asteroide a más de 800 millones de kilómetros, los neurocientíficos se enredan con fenómenos (¿o epifenómenos?) como la conciencia, el libre albedrío o la existencia de la mente como algo distinto del cerebro. Delante (o dentro) de ellos mismos tienen un objeto de estudio tan difícil de manipular como las galaxias ubicadas a millones de años luz: pese a la cercanía no pueden (generalmente) trozar un cerebro vivo, exprimirlo o verlo en actividad bajo un microscopio. Si bien se hacen numerosos experimentos con animales, el cerebro humano tiene particularidades únicas y produce fenómenos irrepetibles en otras especies (al menos hasta donde sabemos), como la autoconciencia o un lenguaje complejo. (continúa en la versión papel)