En un intento por derrocar al entonces presidente Juan Domingo Perón, la Marina bombardeó la Plaza de Mayo y causó la muerte de 355 personas. Se acercaba el final del primer peronismo.
jueves 16 de junio de 2016 | 2:54 PM |El 16 de junio del 55 amaneció como un día frío y los argentinos se abrigaron al salir a la calle, rumbo a sus trabajos, escuelas y universidades. Aunque el aire estaba cargado de rumores, nadie imaginaba que sería una de las jornadas más violentas de la historia argentina. Sobre el mediodía, las Fuerzas Armadas utilizaron los aviones destinados a un desfile para atacar la Casa Rosada e intentaron derrocar al presidente Juan Domingo Perón.
El estupor de las personas que cruzaban Plaza de Mayo se convirtió pronto en desesperación. En el cielo podían verse los Avro Lincoln y los Catalinas de la escuadrilla de patrulleros Espora de la Aviación Naval, que tenían pintadas una “V” y una cruz: “Cristo vence”.
Perón escuchó desde el Ministerio de Guerra cómo cayeron las 29 bombas que destrozaron el centro, mientras las ametralladoras disparaban sin control. Entonces, la Plaza volvió a llenarse por la convocatoria de la CGT, cuyo edificio también había sido atacado, que llamó a defender al gobierno. Perón intentó disuadirlos porque temía que se incrementara la masacre y, aunque su pronóstico sería acertado, no logró evitar ese gesto de apoyo que le terminó costando la vida a otros hombres y mujeres, atacados sin piedad con bombas y ametralladoras desde el aire.
Ese día fueron asesinadas 355 personas y otras 600 quedaron heridas y mutiladas. Los responsables fueron aliados provenientes de distintos partidos políticos, como Oscar Vichi, conservador; Miguel Ángel Zavala Ortiz, radical unionista; Américo Ghioldi, socialdemócrata y Mario Amadeo y Luis María de Pablo Pardo, nacionalistas católicos.
Los golpistas no pudieron lograr su objetivo porque fracasó el combate en tierra y porque sufrieron el derribo de tres aviones, entonces huyeron a Uruguay.
Por la noche, Perón le habló al pueblo por cadena nacional y dijo algunas frases que quedaron en la historia: «Para no ser criminales como ellos, les pido que estén tranquilos; que cada uno vaya a su casa (…) El pueblo no es el encargado de hacer justicia: debe confiar en mi palabra de soldado». Pero esas palabras no impidieron que algunos partidarios peronistas incendiaran iglesias católicas esa misma noche, como manifestación contra la cúpula de la institución, por su vínculo innegable con los militares que habían concretado el ataque.
Tres meses más tarde, Perón sería derrocado por el golpe de Estado de la autodenominada Revolución Libertadora.